Las noticias sobre las cajas de ahorros se precipitan. Hace unas semanas me hice eco de la propuesta de nuevos fondos y ayudas para garantizar su solvencia, pero el paso del tiempo nos dirige sin remedio con ritmo “andante”, casi “vivace”, a su funeral. Nadie hubiera dicho, al menos yo lo no sospechaba, que pudiera entonarse el réquiem de unas instituciones que habían surgido de la generosidad y altruismo de algunas personas, de la beneficencia de órdenes religiosas y, sobre todo, del apoyo cercano y firme de las Administraciones locales. Su periplo durante todo el siglo XX había sido espléndido: se habían consolidado y poco a poco ascendido hasta conquistar la mitad del negocio financiero. Tenían una fuerte impronta local y presumían con orgullo de los logros de su obra social.
Quizá esa presunción de las cajas fue el inicio del camino tortuoso hasta el actual precipicio al que se las dirige. Y así como a los tambores se les cambian los parches para producir un sonido más sordo, se convirtieron en “cajas destempladas” con otros sonidos más políticos y vibraciones de grandes inversiones y beneficios. Varias reformas normativas tenían puesta la mirada en el asalto al poder de las cajas. Las Comunidades autónomas soñaban con tener su banco público. Y algunas lo consiguieron. Los órganos de estas instituciones, en los que tradicionalmente estaban representados los impositores, los empresarios, instituciones científicas o fundaciones benéficas... se tiznaron con siglas partidarias. Los periódicos daban noticia sin pudor del color político de las listas presentadas para las asambleas generales. Ello llamó la atención, incluso, a la Comisión europea que formuló algunos requerimientos. Porque si la gestión era política y, por tanto, pública, sus préstamos podían calificarse como ayudas públicas.
Y sabemos cómo continuó la historia del apoyo a inversiones autonómicas más o menos arriesgadas, a promociones urbanísticas sin suficientes garantías hipotecarias, a préstamos a los partidos políticos grandes que ni devuelven el capital ni pagan los intereses... A partir de ahí, las ansias de expansión. El carácter local se diluía para pretender abrir una sucursal y tener presencia en todas las ciudades. ¿Hemos de extrañarnos de que ahora muchas cajas de ahorros presenten tantos agujeros? Nadie recuerda las causas, ¿será porque conocidas las causas la siguiente pregunta que aparezca sea la exigencia de responsabilidad? ¿Por qué nadie se pregunta por la responsabilidad política y penal de este desaguisado?
El último empujón de esas cajas vacías de fondos hacia su desaparición se da por la competencia financiera en esta época de crisis. Parece necesario que se reduzcan tantas firmas de entidades financieras y que se concentren las instituciones. Se enseña el señuelo de su transformación en bancos, en sociedades anónimas con balances y auditorias que presentar y accionistas ante los que responder. Pero ¿no fiscalizaba ya el Banco de España sus cuentas? ¿Por qué no mirar qué ha ocurrido en otros países europeos? Es cierto que en algunos han desaparecido, engullidas también por bancos y otras instituciones financieras, pero en otros se mantienen con ese humilde carácter local y cumplen una buena función de apoyo en la financiación de modestos proyectos de los vecinos.
Pero ya no hay remedio. Hemos de entonar un réquiem por las cajas ante la nueva desamortización que se nos presenta. Pero un réquiem sólo por las cajas, por su desaparición como institución local... no por los responsables políticos y sindicales que durante años las han gestionado sin mayor responsabilidad porque los seguiremos viendo en los nuevos órganos de administración de los bancos que surjan. Tan frescos y como recién llegados al mundo.
Mercedes Fuertes
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