Entre los comentarios relacionados con la crisis de la deuda que más sorpresa me están causando destacan las críticas a la labor de las agencias de calificación; vaya por delante que no tengo ningún interés especial ni ninguna razón oculta para justificar su existencia, más allá de la fuerza que me impone la lógica (tal como yo entiendo la situación).
En resumen, el argumento es que como son agencias norteamericanas y/o británicas, trabajan maliciosamente contra el euro (empresas y gobiernos) para favorecer al dólar (y, supongo, a la libra esterlina); por tanto, necesitamos una agencia de calificación europea que nos defienda. La verdad es que estoy tentado de poner el antiguo “sin comentarios”, y concluir el texto, pero me parecería injustificable incluso en verano, así es que voy a desarrollar un poco mi argumento.Es indudable que las agencias de calificación no estuvieron muy acertadas cuando se trataba de valorar los activos financieros derivados de las hipotecas en EE.UU. y que, al estallar la crisis, reconocieron que no habían hecho bien su trabajo; ¿pero fue mejor el papel que jugaron la Securities and Exchange Commission (SEC), o la Reserva Federal y los Bancos Centrales? ¿Va a pedir alguien con un razonamiento simétrico que, como esos organismos no han funcionado perfectamente en la crisis sean sustituidos por organismos privados? Las agencias de calificación no solo hicieron mal su trabajo, sino que, además, deberán afrontar las demandas que planteen los inversores que se consideren perjudicados por su asesoramiento; y en este sentido, el sistema judicial norteamericano es muy eficaz.
Cuando algún emisor de deuda quiere acudir a los mercados internacionales demandando ahorro para cubrir sus necesidades, debe anunciarse, explicar lo que desea hacer con los recursos que solicita, y asegurar a los inversores que, llegado el vencimiento, devolverá el principal. Si el número de emisores es limitado, cabe pensar que los inversores realicen el trabajo de estudiar por sí mismos la realidad financiera del emisor, valorar por su cuenta el riesgo en el que incurren al prestarle su ahorro, y estudiar la evolución de dicho emisor durante todo el tiempo que media entre la emisión y el vencimiento; fácilmente se deduce que, como el número, condición y nacionalidad de los emisores crece al mismo ritmo que la economía mundial, ese método es poco práctico, arrojaría muy diferentes resultados en cada caso, y generaría mucha incertidumbre entre los inversores.
Una alternativa más práctica es que ese trabajo lo hagan especialistas, utilizando metodologías contrastadas y con normas de conducta supervisadas por los reguladores de los mercados (que tienden a homogeneizarse, para facilitar el comercio internacional y la actividad); si la fuerza de la competencia termina reduciendo su número a tres, cuatro o cinco, habrá que actuar para facilitar que entren más participantes en el mercado, pero con las mismas reglas de juego.
Es decir, a mí me parecería muy adecuado que surgieran tres o cuatro agencias internacionales de calificación más, pero privadas y del país que sea, no necesariamente europeas, ni públicas; y para explicarme, acudiré a un ejemplo que podría ilustrar lo ilógico de la propuesta, sin herir nuestra susceptibilidad de fervientes europeos (cuando nos conviene). Supongamos, que dado el importante papel que juega China en la compra de títulos de deuda occidental para colocar el ingente volumen de ahorro que su economía genera, quisieran ser ellos mismos quienes valorasen la deuda de los emisores, y siendo como parece que son, crearan una agencia de calificación china; yo, particularmente, haría poco caso a las notas que asignaran: si se tratara de empresas chinas, porque pensaría que estaban influidas por su propio gobierno para favorecer las emisiones, y si valorasen empresas occidentales, porque todavía no les atribuyo capacidad suficiente para entender el funcionamiento de las economías no centralmente planificadas. Es muy posible que me quede sólo defendiendo este argumento, pero sinceramente, el paso del comunismo a la economía occidental requiere más tiempo: ya llegarán, no lo dudo.
Pues bien, tan extraño me parece que se pidiera una agencia china, como que se pida una europea: ¿calificará mejor a todos los emisores europeos porque somos del mismo equipo? ¿aplicaría métodos de valoración de riesgos más exactos que los que durante más de cien años han desarrollado sus colegas? ¿sería más indulgente con la deuda pública para favorecer el funcionamiento del euro? ¿cómo trataría las carencias de la información pública de algunos emisores/países (ésta es la materia prima que se utiliza para el análisis: estados financieros)?
Una agencia de ese tipo, que surgiera como resultado de una decisión política, no de mercado, tendría muy poca credibilidad y casi nadie utilizaría sus “notas”: las de emisores europeos, porque tenderíamos a pensar que estaban sobrevaloradas para favorecerlas; y las de emisores no-euro, porque pensaríamos que estarían bajando la calificación para perjudicar al dolar o a la libra. Si no contentos con ese problema, la agencia de calificación europea fuese un organismo de origen público…., ya sí que habría que decir “sin comentarios”.
Dejemos que el mercado decida cuántas agencias internacionales tienen cabida; que cuando se equivoquen, paguen muy caro los errores; que surjan más participantes por la fuerza natural de la competencia; y que los emisores europeos hagan sus deberes, cumplan los compromisos que adquirieron al emitir los títulos, sean trasparentes en la información que generan (contabilizando todas las deudas), y no se extrañen si por sus propias decisiones baja la confianza en sus títulos.
No es un problema de calificación de las agencias, sino de calidad de las emisiones y seriedad de los emisores.
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