De viaje turístico por Baviera me encuentro, en los periódicos locales, con la noticia de una idea singular que bien podría ser acogida y puesta en práctica por alcaldes españoles imaginativos, ahora que muchos de ellos empiezan -o renuevan- sus mandatos políticos. Contamos con las zonas ajardinadas o con los parques, típicos de cualquier ciudad. Incluso de los huertos que ya existen en los suburbios de muchas ciudades. Pulmones todos ellos que se agradecen en esos agobiantes muros de cemento en que se han convertido tantos espacios urbanos en España. ¡Ah, esa cantidad de edificios que vemos y están pidiendo a gritos aire para respirar! Casos hay en este país nuestro de lugares históricos que están cercados por viviendas o incluso lugares de emblema -como catedrales simbólicas- que se hallan literalmente sepultadas por construcciones y otros disparates.
De la ventana de mi hotel en Estrasburgo veo nítidamente la torre de su catedral, altiva y desafiante. Pruebe a hacer lo mismo alguien que se acerque a León desde un hotel del centro. El intento resultará vano.
Pero me he desviado pues quería hablar de espacios verdes. Más exactamente del fomento de “huertos” en las afueras de las ciudades -Munich es un ejemplo de ello- cuidados por ciudadanos de varias nacionalidades como medio de favorecer el entendimiento entre culturas distintas.
Se trata de pequeños espacios públicos que se adjudican por un precio -desde 25 a 50 euros- por un año aunque es posible renovar el contrato y así en efecto ocurre en la práctica, siempre que se haya actuado con diligencia y el huerto esté cuidado. Conviven las plantas y los cultivos más variados. Y la singularidad consiste en que quienes se afanan en estas tareas son ciudadanos de distintas nacionalidades que a veces en la vida diaria están enfrentados por razones de costumbres, religión, ideas etc.
Pues bien, tal experiencia demuestra que, en estos ámbitos, la convivencia se desarrolla por cauces apacibles y de mutuo y fecundo entendimiento. Los cultivadores se intercambian semillas, consejos o productos ya acabados y aptos para llevar a la boca, lo que crea una solidaridad y una camaradería que se espera ha de fecundar en otros ámbitos.
Hay además actividades comunes, más allá de las relacionadas con la jardinería, como es el caso de comidas, pequeñas fiestas e incluso conferencias a cargo de expertos biólogos para orientar en tales o cuales cuestiones.
La demanda de tales huertos es crecida y, como se insiste desde los ayuntamientos que los promocionan, “lo importante en ellos es entenderse con los vecinos. La jardinería es tan solo un medio para entrar en contacto y propiciar charlas y conversaciones”. Se están prodigando en muchas ciudades alemanas y en todas las experiencias se saldan con éxito. Durante los meses de invierno se aprovecha para, a través de encuentros propiciados desde los ayuntamientos, reforzar los lazos que la primavera y el verano han ligado.
Todo un experimento ciudadano que debería encontrar eco en nuestro medio, especialmente en aquellos territorios que ya conocen fuerte presencia de población inmigrante.
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