Tras las últimas elecciones municipales y autonómicas hemos leído muchas declaraciones de políticos sobre el recorte de gastos en las Administraciones públicas. La dureza de la crisis económica hace inaplazable atender a una buena gestión de las haciendas públicas, pero también resulta una estupenda oportunidad para poner coto a llamativos despilfarros, corruptelas y evitar el riesgo de saqueo del erario en muchas instituciones.
Se reducen los coches oficiales, se recortan los sueldos de las autoridades, se rebajan las comisiones por asistencia, se reduce el número de vocales en los órganos colegiados o de otros cargos de libre designación… Sin embargo, el bombardeo de escuetos titulares puede conducir a que esos gestos se conviertan en meras muecas tanto de políticos como de algunos ciudadanos fácilmente manipulables por la falta de formación o defectuosa información que nos envuelve.
Ahora, ecos de conversaciones populares me han traído algunos comentarios simples. Porque hay gente que, al hilo de la reducción del número de consejerías de los gobiernos autonómicos o de la supresión de entes públicos, se pregunta qué hacían antes, para qué se crearon si ahora podremos vivir sin ellos. Y hay que matizar. Por supuesto que la Administración ha vivido hiperinflamada de altos cargos y de organismos, en muchas ocasiones lo hemos denunciado, pero ésto no conduce a afirmar que su mero recorte y supresión sea la solución. Porque ¿en qué punto paramos de cortar? Hay que analizar cada servicio y cada función pública y según su naturaleza y con criterios de buena administración establecer la correspondiente organización. Lo contrario, que se resume en el lugar común de que “el órgano crea la función”, ha dado lugar a esta hiperinflación de autoridades y cargos entre cuyos ejemplos más visibles están las Universidades. Sí que se sorprenderían los ciudadanos si leyeran la relación de los centenares de cargos que hay sumando vicerrectores, directores de hectárea, de área, de departamento, coordinadores, secretariados, decanos, vicedecanos y demás.
Pero volvamos con las declaraciones de recortes y los vulgares ecos populares, porque la supresión de coches oficiales también ha generado pobres comentarios sobre la conveniencia de que las autoridades vayan a pie. No se necesitaban quizá tantos coches, pero tampoco hay que degradar a la autoridad. Todo cargo de cierta relevancia requiere unas mínimas condiciones de dignidad. No debería ser necesario explicar que, en muchas ocasiones, resulta imprescindible la disponibilidad de un coche oficial. Sin embargo, la difusión de graves abusos demuestra que esa disponibilidad había sido mal utilizada.
Y es que quienes peinamos canas ya hemos vivido cómo muchos gobiernos (estatales, autonómicos y locales) presentaban como primera iniciativa la contención de gastos públicos y una política de austeridad frente a sus antecesores. Desde hace más de treinta años es fácil encontrar en las hemerotecas de los periódicos titulares sobre la reducción del número de altos cargos, de puestos de libre designación o de los coches oficiales. Tampoco han sido extraños los acuerdos de reducción de un pequeño porcentaje del sueldo o de otras retribuciones, pero que luego no se correspondían con la contención de los gastos de protocolo o de libre disposición. Nihil novum sub sole.
En conclusión, ¿son convenientes estos gestos? Mi respuesta es claramente afirmativa. Pero también considero que hay que saber explicar esas reducciones y su porqué. Quizá así se mejore la educación cívica de muchas personas (incluidos políticos) tan necesaria para la correcta participación pública, y la propia autoridad reflexione sobre la conveniencia de cada acuerdo y aplique un mínimo sentido común. Y así llegue a la conclusión de que las normas de Derecho público contienen sensatez al limitar los cargos de libre designación; al restringir la creación de nuevos organismos; al regular la actividad de los secretarios e interventores o al exigir el control de cuentas posterior por órganos externos. En fin, que, si se cumplieran las leyes, no habría que soportar tantas imposturas.
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