viernes, 15 de junio de 2012

Embridados por la falta de liquidez

Nos encontramos ante el abismo de lo desconocido y son pocos los que parecen mantener la calma. Ciudadanos, políticos y banqueros sienten el vértigo del miedo en sus entrañas. Nadie parece saber hacia dónde mutará el monstruo que corroe nuestras haciendas, empleos y patrimonios. Así estamos mientras que algún tipo de intervención europea para salvar a nuestro sector financiero parece inevitable. Ojalá la cosa se quede ahí, por duras que sean las condiciones que nos impongan. Nosotros no podemos permitirnos salir de euro, pero Europa tampoco quedaría indemne de nuestra salida. Nuestros destinos están orgánicamente unidos. Si nosotros caemos, arrastraremos a Italia y tras ella al resto de Europa, lo que significaría el fin del euro y del proyecto europeo tal y como fue concebido hace algo más de una década. ¿Qué pasará? Pues nadie lo sabe, dado que los agujeros son tan entrópicamente colosales que pueden romper cualquier muro de contención con el que intentemos obstruir su avance. Los acontecimientos pueden responder más o menos a lo programado, o sencillamente, desbocarse sin control. Ya veremos.
Hasta ahora, los que mandan, los alemanes, pensaban que el sur necesitaba reformas estructurales para recuperar la competitividad imprescindible para exportar y poder así pagar las deudas. No les faltaba razón en el planteamiento, ya que hemos padecido una crónica pérdida de productividad desde nuestra entrada en el euro, lo que se ha traducido en el cierre de empresas y la consiguiente destrucción de empleo. Esas reformas debían complementar los necesarios ajustes fiscales. En teoría, todo muy razonable, aunque la experiencia nos ha demostrado que la receta no ha sido eficaz hasta ahora, sin que seamos capaces de plantear una medicina alternativa. Las ilusiones depositadas en las políticas de crecimiento de Hollande no son más que bellas declaraciones sin concreción alguna. Nos desangramos sin que veamos todavía ni siquiera una rayito de luz redentora, lo que hace que muchas voces comiencen a cuestionar el camino recorrido y empiecen a responsabilizar al “enemigo exterior” – ya sean los alemanes, los mercados o la prensa anglosajona – de todos nuestros males. Mal camino éste. Nuestra solución debemos buscarla en Europa, y pactar con ellas condiciones razonables para encontrar nuestro camino. Y al tiempo que negociamos y exigimos hasta donde nos sea posible, debemos reconocer nuestros pecados, que son muchos y graves, y aplicarnos el propósito de enmienda.
Los alemanes piensan que aún tenemos campo para recortar y apuntan al gasto de las autonomías entre otros asuntos. Saben que sin presión no reformaremos nada, por lo que nos tendrán el grifo cerrado hasta que movamos ficha. Sólo entonces nos aliviarán un poco, para que, con el siguiente apretón, acometamos la siguiente reforma. Estamos embridados por nuestra acuciante falta de liquidez y nos doman con ella. Eso, más o menos, es lo que tenemos y, la verdad sea dicha, sin las presiones que han ejercido sobre Zapatero y sobre Rajoy no hubiéramos acometido las reformas que hoy conocemos y que, nos gusten o no, caminan – salvo la financiera – en una dirección razonable. El único riesgo es que la cuerda se rompa, bien por una oleada de pánico que impulse a millones de clientes bancarios a retirar sus cuentas corrientes, por severas protestas mayoritarias o por simple consunción de la actividad económica. Europa juega con un fuego en el que todos podemos inmolarnos. Lo que pasa es que tampoco nadie plantea alternativas factibles. La naturaleza humana abomina del desconcierto y de la inseguridad en la que estamos inmersos. ¿Qué pasará? No lo sé a corto plazo, pero a medio plazo terminaremos remontando. Sí, sí, ya sé que se trata de un pobre consuelo, pero es lo que hoy podemos ofrecer. La olla está sometida a plena presión. ¡Que Dios reparta suerte en estas próximas semanas!
 Manuel Pimentel

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