Ahora bien, a lo que no puedo resistirme es a comentar algunos parámetros del Presupuesto, cuya desviación tendrá serias consecuencias sobre el menguante nivel de vida de todos los contribuyentes; y lo que es peor, que pasará desapercibido, porque apenas se analiza el cumplimiento real de las previsiones.
Cuando se presenta el Presupuesto del año siguiente, entre otras muchas cosas se habla de cuánto espera ingresar el Tesoro (por los impuestos, especialmente), y cuánto se gastará (tanto en funcionamiento de la maquinaria administrativa, como el pago de intereses de la deuda pública, y las prestaciones sociales); como resultado, se deduce cuánto será el déficit público (porque seguimos con la costumbre de gastar más de lo que se recauda), y como subproducto final, se estima el peso de dicho déficit en términos porcentuales del PIB.
No hace falta insistir en el considerable voluntarismo que incorpora todo este ejercicio, pues ha de hacerse sobre un conjunto de hipótesis más o menos fundadas respecto a la evolución de la economía real. He comentado en alguna ocasión que por muy sofisticados que sean los modelos económicos de simulación y estimación que se utilicen, la realidad será lo que sea, dependiendo de la evolución de multitud de variables y decisiones independientes, es decir, de lo que todos los agentes económicos del mundo quieran hacer.
Bien, dicho esto, volvamos a la cuestión de los decimales que tanto importan. Como todo el mundo sabe, estamos inmersos en un proceso obligado de reducción del déficit público hasta volver a una senda ortodoxa, en términos de los criterios ya olvidados de convergencia al euro; y digo que estamos obligados a la ortodoxia porque dependemos de que el resto del mundo nos siga prestando dinero casi todas las semanas, si queremos que nuestro Tesoro Público siga pagando lo que debe (nóminas, suministros, prestaciones, etc.)
El reto, por tanto, es que el déficit público llegue a ser el 6,30% del PIB en diciembre este año, para ser el 4,50% el próximo y menos del 3, exactamente el 2,80% en 2014; este calendario ya incorpora una relajación, es decir alargamiento, respecto a lo que inicialmente había planteado el Gobierno por la imposibilidad de cumplir el plan inicial.
Aplicando una aritmética básica a las principales magnitudes (ingresos, gastos y déficit), tomando como punto de partida el PIB de 2011, y dando por buena la estimación de crecimiento del propio Gobierno, aunque muchos no nos la creamos, se deduce que la brecha de ingresos y gastos este año será -65.400 M €, que aunque sigue siendo una barbaridad, es 28.100 M € menos que el año pasado. Manteniendo este esfuerzo de contención, el año que viene disminuirá el desfase otros 18.900 M € más, con lo que completaríamos un ciclo que en dos años habría reducido la sangría más o menos a la mitad de lo que fue en 2011, cuando más notoria era la penosa situación de nuestras finanzas públicas.
Este cuadro en sí mismo pinta un panorama desolador, porque como no se ataque seriamente el gasto público, sólo queda la vía de seguir aumentando la presión fiscal que padecemos todos, tanto perceptores de rentas altas, como medias, como bajas. Pero se vuelve dramático si consideramos que el punto de partida de los cálculos no es el que ha empleado el Gobierno, pensemos que porque no disponía de las cifras definitivas cuando tuvo que elaborarlos y los hechos posteriores han empeorado el cierre de 2011: la Comisión Europea lo ha cifrado en el -9,40%, es decir, 0,50 puntos peor, ¡ay los decimales!, 5.300 M €.
Así pues, como el año 2012 ha empezado unos decimales por detrás de lo previsto, asumiendo que se cumpla lo que esperaba el Gobierno, que es mucho suponer, hay que cerrar la brecha 5.300 M € más; y, repito, yo no creo que se cumpla la previsión, por lo que si nos siguen dejando el oxígeno de la respiración asistida con la que nuestra economía respira, o sea, el ahorro exterior, en 2013 habrá que recuperar el desfase. Todo esto, por supuesto, si la economía cae sólo un 1,40% este año, y un 0,50% el que viene, cifras que muchos daríamos por buena.
Para captar bien la trascendencia de estos desfases y simplificando mucho la exposición, propongo una medida sencilla: el nivel de recaudación del IRPF que todos sufrimos el año pasado, 33.000 M €; ojo, el año pasado, que como todos recordamos, éste ha sido mucho más duro. Pues bien, si la economía no cae más de lo previsto, el pequeño detalle de los decimales del déficit de partida exige medidas enmarcadas en un intervalo limitado por dos extremos: reducción del gasto público o aumento de los ingresos, que pasaría de 0,8 IRPF a 1 IRPF, admitiendo cualquier situación intermedia; o sea, llegar a una cantidad equivalente a que pagásemos todos los meses dos veces la renta. Nadie va a pedirme opinión, pero por si acaso, insisto en que ataquen el gasto público, porque no hay economía que resista ni 1,8 ni 2 veces el impuesto sobre la renta que soportamos.
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