Leo el estupendo análisis del cuento del Príncipe Rana de los Hermanos Grimm, efectuado en UniDiversidad, y por deformación profesional me planteo su proyección al mundo de los empleados públicos.
Lo curioso es que en dicho Blog me entero de que hay una versión alemana, en que la rana que rescata la bola de oro de la princesa del fondo del estanque, se presenta al anochecer a reclamar su premio y la muchacha la estampa contra la pared. En cambio, la versión americana (Disney) muestra que cuando la rana reclama el pago, recibe un beso de la princesa y el batracio se convierte en príncipe. Me resulta chocante que dos reacciones bien distintas de la princesa ( un morrazo – versión alemana- y un morrito – versión americana) dan lugar a final feliz y moraleja positiva. Si la princesa rechaza a la rana- versión alemana-, bien hecho por haber resistido al chantaje y plantarle cara. Si besa a la rana – versión americana-, bien hecho por aceptar que en la vida hay muchos malos tragos que a veces hay que afrontarlos para prosperar (variante de “lo que no mata, hace mas fuerte”, Nietzsche).
Veamos ahora la proyección del cuento al mundo de los empleados públicos.
1. En la esfera burocrática, no faltan las ocasiones en que el sapo investido de autoridad o cargo público hace una promesa o favor al tierno funcionario, y éste queda emplazado a pagarlo. En unos casos, la autoridad-sapo impulsa la promoción interna del funcionario o le nombra para altos puestos. Un favor directo y de enjundia. En otros casos, la autoridad-sapo teje una atmósfera cómoda para el funcionario ( horario, despacho, permisos, comisiones de servicio, productividades, gratificaciones, etc). Se trata de una sutil complicidad que abre paso a que quizás algún día le pida algo a cambio. Como dice Don Vito Corleone en El Padrino. “ Algún día, y puede que ese día nunca llegue, quizá te pida que hagas algo por mí, hasta entonces, acepta esto como un regalo”.
2. ¿Y si ese día llega?. El día en que la autoridad sugiere al funcionario que emita un informe de complacencia, que no impulse un expediente, que favorezca el trámite, que reoriente una contratación u oposición en que interviene o que le informe de extremos confidenciales, por ejemplo. La reacción del funcionario, como la princesa del cuento, puede ser de doble signo:
a) Negarse. Quedará marcado…. ante la autoridad decepcionada. O estás conmigo o contra mí. La fuente del maná se secará e incluso el mobbing llegará.
b) Aceptarlo. Quedará igualmente marcado… ante sus compañeros. Un mercenario. Un lobo político disfrazado de piel de cordero funcionario. Su éxito o caída quedará unido a la autoridad, y lo peor, los favores no vendrán solos.
3. Difícil dilema. El cuento de Grimm no nos da la respuesta pues considero que la solución correcta no puede encontrarse en el momento en que el sapo se presenta a cobrar. No. Ya es tarde. La solución debe anticiparse al problema, de manera que cuando cae la pelota de oro al río, la princesa no debe aceptar el trato con el sapo ni vender entonces su alma al diablo.
En similar tesitura, el funcionario debe, o al menos la teoría y la correcta brújula moral así nos lo enseña, seguir su camino y carrera administrativa, aceptando sin rubor puestos o cargos, permisos o comisiones, e incluso complementos retributivos y comodidades que le proporcionen el devenir de su vida burocrática, pero eso sí, y aquí está el fino detalle que separa al noble del ventajista ( al héroe del canalla): Primero, no aceptando el fruto de las ilegalidades ni mucho menos ser cómplice de las mismas ( como decía Sor Juana Inés de la Cruz sobre la prostitución, “tan culpable es el que peca por la paga como el que paga por pecar); Segundo, no comprometiendo su lealtad “personal” a esa otra persona investida de autoridad que le ha premiado con actos discrecionales favorables, debiendo huirse de expresivos agradecimientos ( nada como un silencio prudente que no es lo mismo que un silencio complaciente), evitándose servilismos, rastrerías y vasallajes anacrónicos; y Tercero, ser capaz de mirarse todos los días al espejo y ver el mismo rostro de funcionario con sentido institucional, vocación de servicio y fe en la cosa pública, que le adornaban con orgullo en el momento de tomar posesión de su primer plaza o puesto en la Administración.
No es fácil sobrevivir en una Administración Pública como funcionario, pues al fin y al cabo, es un ecosistema dinámico, donde la “ley del mas fuerte” impera y donde los pactos están a la orden del día (políticos, sindicales, corporativos o personales).
De hecho, me temo que en mi paso burocrático por las Administraciones hay mucho de lo que arrepentirme, y discúlpeseme la inmodestia de la comparación con mi admirado Francisco de Quevedo, quien transitó por la Corte de Felipe III y Felipe IV escribiendo obras literarias, realizando gestiones y apoyando validos para consolidar sus propios cargos palaciegos o servir al rey de turno. Lo cierto es que en la Administración Pública actual ( como un buque fantasma en la noche, desarbolado, con tripulación agotada y oficiales propios del Bounty) el éxito está asegurado para la salamandra, capaz de atravesar las llamas sin quemarse e incluso de apagarlas.
4. Me pregunto si el origen del cuento de Grimm fue percatarse de la ingeniosa respuesta de alguna princesa cuando su padre la encontró en el lecho jugueteando con un desconocido príncipe y aquélla se justificó con un balbuceante “no es lo que estás pensando” seguido de la revelación de que realmente era una rana que pretendía cobrarle el favor del estanque y para su sorpresa, el beso la convirtió en ser humano en ese preciso momento y lugar.
Es más, creo que hay una versión española del cuento en que una infanta se acuesta con un duque y éste se convierte en sapo, o algo parecido ( lo peor es que me temo que este cuento finalizará con aquello de “comieron perdices”).
En fin, muchas relaciones hay de funcionarios con autoridades que se revelan “sapos”. O de autoridades con funcionarios que salen “ranas”. Versiones menos asombrosas que las del cuento expuestas se han contado ante los Tribunales, con testigos y pruebas documentales, y lo que es más, que han sido acogidas por los Tribunales como ciertas. En unos casos por las ciegas reglas procesales y en otros por la habilidad de los abogados. Por algo decían nuestros clásicos que “la cosa juzgada hace redondo lo cuadrado y cuadrado lo redondo”.
5. Para finalizar, nada mejor que aludir al único caso que conozco de príncipe rana real. En la fachada plateresca de mi amada Universidad de Salamanca puede advertirse la existencia en el borde inferior del primer capitel de la pilastra de la derecha (mirándola de cara) de una calavera con un sapo o rana (?) en la frente. La leyenda popular afirma que el estudiante novicio que sea capaz de hallar la rana en un rápido vistazo tendrá asegurado el doctorado, aunque recientes estudios han desmitificado esa versión y explicado que dicho cráneo representa la calavera del Príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos que murió prematuramente a los 19 años (1497), de manera que el cantero o tallista puso el sapo, símbolo de lo siniestro, mortal y putrefacto, para evidenciar que no hay resurrección, mensaje este negativo para la doctrina católica, que fue puesto de forma tan discreta e ingeniosa para burlar la vigilancia de la Inquisición.
Así pues, la conexión entre batracio y príncipe es doble. Primero, porque la calavera de príncipe y la efigie de rana están eternamente unidos en la pilastra, aquélla como pedestal de ésta. Segundo, porque se dice que el príncipe murió a los seis meses de su matrimonio con Margarita de Austria como consecuencia de la fogosidad y furor sexual de ésta, que lo agotaron y acabaron con su vida (Pedro Mártir alertó del “peligro que la cópula tan frecuente constituye para el príncipe”).
Me pregunto si el Cuento de Grimm podría tener como continuación que la princesa al ver la rana convertida en apuesto príncipe, avivase un deseo irrefrenable e insaciable… no fuese a volver a convertirse en rana.
Volviendo a la fachada de la Universidad de Salamanca, creo que el auténtico y actual reto al visitante funcionario es mostrarle la fachada y al igual que las consultas al oráculo de Delfos, decirle: “ Si encuentras la rana verás lo que aguarda en el futuro a los funcionarios”.
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