Pienso que cualquiera con una mínima sensibilidad hacia lo común estará preocupado hoy día. España está inmersa en reformas y contrarreformas, en aceleradas reconversiones de sectores económicos, con el financiero a la cabeza, en complejos procesos negociadores y normativos con instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo o la propia Unión Europea, cuya legitimidad democrática y controles se alejan, o directamente no existen, con la distancia a los ciudadanos a los que afectan sus decisiones. Lo de ayer es antiguo, lo de hoy urgente. Y todo marcha, como hace casi siglo y medio dijera Costa con solo dieciocho años de edad, a paso de gigante.
Ese gigante, que mira poco al suelo y mucho a un horizonte que se antoja incierto, avanza muy deprisa. Y lo hace por atajos. De 2010 a 2013 el Gobierno de España ha aprobado setenta y siete Reales Decretos-ley, setenta y siete de esas normas legales aprobadas sin debate parlamentario y sujetas para mantenerse vigentes a una sola votación, sin posibilidad de enmienda salvo acuerdo específico, en un Congreso de los Diputados agarrotado por la absoluta mayoría. No queda ahí. Las mismas leyes se modifican una vez tras otra, ora por Decreto-ley, ora por otras Leyes. Improvisando soluciones, si no problemas, a los problemas y soluciones anteriores. Leyes como la de contratación del sector público han sido modificadas, a veces mediante otras que poco tienen que ver con ella, hasta nueve veces, en ocasiones sobre las mismas cuestiones. Mientras, la Unión Europea acaba de aprobar nuevas Directivas. Ni tan siquiera los Tribunales, incluido el encargado del control de constitucionalidad, el Tribunal Constitucional, con sus endémicos retrasos, pese al recorte a la tutela judicial efectiva de los últimos años, frenan la marcha del gigante hacia el caos. Construyendo el caos normativo.
Pero tampoco las instituciones proporcionan tierra firme. Pisamos barro, construimos sobre barro. Un mal cimiento. El Estado autonómico nacido del último y tutelado proceso constituyente hace aguas. En Cataluña crece más y más el sentimiento nacional y su Gobierno se afana en abrir cauces a la independencia. En el País Vasco el fin del terrorismo alienta futuros procesos de convergencia de las fuerzas nacionalistas, sobre los que ya se debate, para lograr también la independencia. Hasta en Andalucía, aunque la anécdota no es regla, hay quien dice convencido, al parecer, que “Andalucía no es España”. Con tal panorama sorprende que la atención haya recaído en lo local, afectado por recientes reformas de su normativa básica que presuponen la irracionalidad e insostenibilidad de la única administración que ha logrado en plena crisis superávit presupuestario y reducir su deuda. Y, pese a todo, se continúa debatiendo sobre qué hacer, que si Estado federal, que si confederal, que si provincias, que si veguerías o, como en mi tierra, que si unas reformuladas comarcas que harían sombra a municipios y Comunidad Autónoma, sin suprimir nada, claro. Como siempre. Construyendo el caos organizativo.
¿Y qué se siente al ver avanzar al gigante? Desconcierto, miedo. Los ciudadanos miramos al cielo, pensando que pasará por la cabeza del gigante cuando, a mayor gloria de los mercados y de sus fieles agentes, gobernantes mediatamente elegidos por nosotros, arrasa una zancada tras otra lo construido con el esfuerzo de todos haciendo cada vez más privado lo público conseguido. Derechos civiles, educación, sanidad, dependencia, transporte, infraestructuras y otros servicios, que estaban alumbrando nuestro peculiar Estado del “medioestar” van sufriendo recortes y ajustes cuyo efecto se percibirá cada vez más. Lo común se destruye porque “cuesta”, porque son otras las prioridades de quienes gobiernan y de quienes dictan, al margen de programas electorales, los programas de gobierno. Que desconcierto y miedo muten en anarquía e ira, en ausencia de referentes comunitarios e intereses compartidos, es un escenario posible, aunque no deseable. Construyendo el caos social.
Quizá haya que pararse a pensar. Quizá haya que frenar al gigante. Ganaríamos el tiempo que habremos de emplear en desandar, entre un inmenso caos, el camino andado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario