lunes, 3 de marzo de 2014

Afortunada nacionalidad para los sefardíes. ¿Por qué no para los moriscos?

Recientemente el Consejo de Ministros inició el procedimiento de modificación legal que permitirá a los descendientes de los judíos expulsados en 1492 el adquirir la nacionalidad española sin tener que renunciar a la que ya poseen. Bienvenida sea la iniciativa. Además de un acto hermoso de reparación y justicia histórica, la medida también supondrá la atracción hacia nuestro país de descendientes de españoles que han sabido demostrar a lo largo de la historia su creatividad y su nivel de iniciativa. La expulsión, además de injusta y xenófoba, supuso una auténtica ruina para la España de aquellos momentos, una pérdida que hemos tenido que pagar durante muchos siglos.
Esta posibilidad de doble nacionalidad animará, sin duda, a muchos sefardíes a solicitar la nacionalidad española, bien sea por razones sentimentales o bien por cuestiones prácticas, ya que ser español significa ser europeo. España fue también Sefarad, por lo que regresarán a la que siempre tuvo que ser su casa y los acogeremos con los brazos abiertos.
Desde principios del siglo XX, con Primo de Rivera, la legislación española ha ido avanzado es esta dirección, aunque siempre con mucha cautela. La nueva medida puede suponer un importante y positivo paso hacia adelante, que ya ha tenido una gran repercusión en las familias sefarditas, como lo demuestra el colapso que sufrió el consulado de España en Israel ante la avalancha de consultas que generó la noticia. Esperemos que pronto – tras su paso por el Congreso de los Diputados – esta medida sea una realidad que podamos celebrar con júbilo y satisfacción.
Pero al hilo de esta afortunada medida y sin que deba condicionarla en modo alguno, debemos abrir un debate sereno sobre el otro colectivo de españoles que también fueron expulsados por cuestión de su religión, como es el caso de los moriscos. Los moriscos que se negaron a la conversión fueron expulsados en 1609, dejando una honda herida en nuestra historia que aún perdura en nuestros días. Basta conocer la realidad de algunas de las familias andalusíes de Tetuán, por citar algún ejemplo, para comprobar cómo han mantenido apellidos y la memoria de su tierra original. Aunque han existido algunas iniciativas sobre este particular, apenas si han tenido acogida en los ámbitos políticos, probablemente por temores seculares y atávicos.
Sin prisa, deberíamos iniciar ese debate, analizando pros y contras y estudiando las posibles repercusiones y el volumen de población que podría beneficiarse de la medida. Una vez con estos datos sobre la mesa, se podría decidir sobre la concesión, o no, de la nacionalidad española a aquellos que pudieran acreditar fehacientemente su origen español. ¿Arriesgado? ¿Utópico? ¿Imprudente? Supongo que la propuesta generaría muchos interrogantes que habría que resolver adecuadamente. En todo caso, de lo que no cabe duda es que se trataría de una cuestión tan legítima como justa.
 Manuel Pimentel

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