viernes, 4 de julio de 2014

Ponga un algoritmo en su vida

El concepto de inteligencia artificial nos atrae y seduce al tiempo que nos provoca temor e inquietud. De alguna manera, todos nos hacemos la pregunta inevitable: ¿La inteligencia artificial viene para mejorar nuestra calidad de vida o para sustituirnos, dominarnos y controlarnos? La realidad y la investigación – como ya ocurre con la biotecnología – van por delante de nuestra capacidad de asimilación y, desde luego, de legislación. Cuando nos demos cuenta, la inteligencia artificial, con sus cosas buenas y malas, ya estará entre nosotros.
¿Qué es la inteligencia artificial? Decía Turing que habríamos alcanzado la máquina inteligente cuando manteniendo una conversación con ella no lográramos distinguir entre la máquina y el humano. ¿La hemos alcanzado? Todavía no, pero nos acercamos con rapidez a ello. Hace ya muchos años con nos sobresaltamos con la derrota en ajedrez del mejor de los humanos frente a una máquina todavía poco evolucionada. En 1996 y 1997, ¿tanto tiempo hace ya?, se celebraron las famosas partidas de ajedrez en el que el ordenador de IBM, Deep Blue, logró derrotar al genio y campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov. Hoy lo conseguiría el software de cualquier Smartphone. Pero como ese programa sólo servía para eso, no pudimos considerarlo inteligente. Hoy en día, a la condición básica de Turing le tendríamos que añadir un nuevo requisito: la máquina inteligente tendrá que aprender por sí sola. Y también estamos en ello.
Drones, coches sin conductor y un sinfín de nuevos artefactos que incorporan dosis relativamente importantes de inteligencia artificial ya son una realidad que pronto será comercializable. Y eso sólo es el principio. El mundo fascinante e imprevisible de la inteligencia artificial avanza con rapidez. Aunque suene a literatura de ciencia ficción, no sabemos si somos nosotros la que la empujamos o es ella la que tira de nosotros como simples peones necesario para su nacimiento.
Pero no nos adentremos en las especulaciones y regresemos a lo concreto. Normalmente se confunde inteligencia con talento. Tiene talento la persona que hace algo especialmente bien e inteligencia la que escoge adecuadamente. El talento se demuestra haciendo, y la inteligencia, decidiendo. Por eso, la inteligencia artificial, sobre todo, ayuda a decidir o a tomar, directamente, decisiones por su cuenta.
Como muestra de que ya tenemos el futuro entre nosotros, leemos en prensa que una importante empresa de capital riesgo de Hong Kong ha nombrado a un algoritmo como nuevo miembro de su consejo de administración. Cuando despiezamos la noticia de El Mundo de 9 de junio de 2014, nos encontramos que, más o menos, el contenido responde a las expectativas levantadas por el titular. En efecto, el fondo Deep Knowledge Ventures (DKV), especializado en inversiones en empresas de medicina, genética y biotecnología, ha nombrado a un algoritmo como consejero independiente. El algoritmo responde a las siglas Vital, acrónimo en inglés de “Herramienta de Validación para las Ciencias de la Vida Avanzada”. ¿Es realidad, o un simple truco de notoriedad pública? Tenga la naturaleza jurídica que tenga, la realidad es que DKV compró hace pocos meses el software que late bajo Vital a la empresa británica de biotecnología Aging Analitics. Según Jessica Fonteine, portavoz de DKV, pretenden que sus inversores “comprendan la importancia de este software a la hora de tomar decisiones”, Así, continúa la portavoz, Vital “es una parte absolutamente esencial del proceso de toma de decisiones del consejo y, al hacerlo como un miembro más del consejo, tiene un voto en las decisiones”. ¿Ventajas que presenta el algoritmo frente a un consejero humano? Pues es capaz de analizar muchos más datos y variables, carece de emociones y sus recomendaciones pueden ser tumbadas o aceptadas sin que nadie se moleste. Por todo ello, la compañía decidió otorgarle un voto como a cualquier otro consejero, lo que supone una auténtica novedad. Según la empresa, se trata del primer caso conocido en el que “un consejo de administración de una entidad – cotizada o no – haya nombrado a un elemento de inteligencia artificial como uno de los consejeros en igualdad de derechos con los demás miembros”.
Aunque un porcentaje muy significativo de las transacciones bursátiles de EEUU – entre el 50% y el 70% – se realizan de manera automática bajo las órdenes de algoritmos y modelos informáticos nunca se había considerado la opinión expresada por un software como un voto más. Sin duda, es un salto cualitativo de la inteligencia artificial. No tardaremos mucho en que esa prodigiosa mente de silicio y microprocesadores nos reclame derechos y beneficios. Al tiempo.
El trabajar con la información para apoyo en la toma de decisiones ya es un clásico. Todos los países tienen sus servicios de inteligencia para ayudar a sus decisiones fundamentales en geopolítica y seguridad. Pero esta inteligencia, asociada a análisis de información y toma de decisiones también llegó a la empresa. En 1986 ya se creó en Washington la Asociación de Profesionales de Inteligencia Económica y Competitiva (SCIP) que agrupaba a los conocidos como analistas de inteligencia, cuya misión es la de recabar información, analizarla, darle forma y saber comunicarla. Esa información sistematizada resulta de gran valor para la toma de decisiones adecuada. La eclosión de la Red, de los foros, de las redes sociales, he elevado exponencialmente la información que se debe cribar y analizar. La información nos inunda y es preciso un modelo estricto de selección, valoración y análisis de la más adecuada y certera. Y eso no es fácil, ni mucho menos. La buena información ayuda, la mala, puede hundir a cualquier empresa u organización.
Asistimos a la explosión del Big Data como conjunto de programas y sistemas tendentes a aprovechar la ingente información que sobre cualquier materia existe en la red. Entre los datos y la decisión, siempre se encontrará un algoritmo. Y esa afirmación nos permite formularnos una pregunta esencial: ¿Hubiera sido nuestra vida distinta si nos hubiésemos hecho acompañar por un algoritmo doméstico al que hubiéramos podido consultar las grandes decisiones de nuestra vida? Qué estudio, con quién me caso, en qué empresa trabajo, etcétera, etcétera. ¿Nos lo podemos figurar? Nuestro asesor áulico hubiera analizado millones de datos acerca de nuestras inquietudes para sintetizar una valiosa información sobre la que tomar nuestra decisión final. No sabemos si hubiera sido bueno o malo, aunque me temo que, al final, todos terminaremos poniendo un algoritmo en nuestras vidas. Quizás así acertemos más…, o quizás no; eso, ¿quién lo sabe?
Manuel Pimentel

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