España se despuebla. Después de décadas de crecimiento continuo, perdemos población, algo que no ocurría desde que se disponen de estadísticas demográficas. Y este descenso es abrupto y cuantioso; en tan solo dos años, desde 2013 a 2014, la población ha descendido en más de 1.300.000 personas sin que ese flujo inverso parezca haberse detenido todavía. Desde los 46,8 millones estimados por el INE en 2012 se ha bajado hasta los 46,5 millones de 2014, una auténtica sangría sin precedentes que tendrá importantes repercusiones en nuestro futuro social y económico.
Pero vayamos por partes. ¿Cómo ha sido posible esta intensa disminución poblacional? Tres son las razones básicas que lo justifican. Por una parte, el retorno masivo de inmigrantes que llegaron a una España por aquel entonces próspera y que, tras la crisis, ya no puede ofrecerles el empleo que buscaban. En segundo lugar, por el incremento de los españoles que emigran en busca de posibilidades laborales que no encuentran en nuestro suelo y, en tercer lugar, por una caída de la natalidad. El cóctel está servido: menos inmigrantes, españoles que emigran y menos nacimientos se combinan con un efecto fatal. No es difícil adivinar las consecuencias: envejecimiento de la población, menor capacidad de consumo, menos demanda de vivienda, menos talento, algo más de vacío.
Entramos en el conocido círculo vicioso poblacional en el que la caída del número de habitantes es a su vez efecto y causa de la crisis. La pésima situación económica que hemos atravesado ha tenido como consecuencia la salida de cientos de miles de personas, que, al marcharse, ceban a su vez la crisis debido a la disminución del consumo que representan. Paradójicamente, sin embargo, a corto plazo, pueden mejorar las estadísticas de empleo, ya que muchos de los que salen dejarán de figurar en los registros de demandantes de empleo, al tiempo que disminuye la población activa con respecto a la cual se estima el desempleo de la EPA, aunque esta mejora es aparente y estadística.
Las personas que salen son jóvenes, lo que agudiza el problema de nuestro envejecimiento estructural con sus sabidas consecuencias. Aunque el problema del despoblamiento ya era conocido en algunas regiones españolas, como Aragón o Castilla y León, no lo era en el conjunto de España. No se le esperaba y no estamos preparados para abordarlo. Es cierto que la población española está a niveles de 2010 y que por tanto no podemos hablar de una situación catastrófica pero no es menos cierto que la tendencia que aún perdura es de una gravedad sin paliativos. De mantenerse unos años más la disminución de población, las alarmas saltarían con estruendo cuando ya quizás fuera tarde para reaccionar. Resulta sorprendente el escaso debate que la noticia del INE ha generado en nuestra sociedad cuando se trata, sin duda alguna, de los hechos más relevantes que condicionarán nuestro futuro.
¿Tiene salida esta situación? Sin duda alguna sí, y pasa inequívocamente por la recuperación de la actividad económica y del empleo. Sólo así lograríamos invertir el saldo migratorio y las tasas de natalidad. Si no lo conseguimos, sólo nos quedará la triste melancolía de los pueblos envejecidos que añoran lo que pudieron haber sido pero que jamás consiguieron ser. Luchemos con todas nuestras energías para que esa melancolía jamás llegue a apoderarse de nosotros.
Manuel Pimentel
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