lunes, 1 de diciembre de 2014

Los vasos comunicantes de la corrupción

Galileo, el gran científico y pensador de Pisa, dedujo que cuando vertemos un mismo fluido dentro de dos o más vasos, incluso de diferentes formas pero comunicados entre sí, la altura que alcanza el líquido es la misma en todos ellos, aunque, de tratarse de líquidos distintos, el más denso de todos se quedará abajo y el menos denso ascenderá a cotas más altas.
Pero, además de recordar teóricamente estos principios elementales de la Física, los vasos comunicantes también se observan –y lo llevo escribiendo muchos años- en las tramas de corrupción política. Pozos casi sin fondo, negros como un túnel kilométrico sin luz y los que no acaba de ponerse ni freno ni fin.
Con dolor, porque nadie es neutro ideológicamente, constato, como todo el que no quiera ponerse la venda en los ojos, que no hay cloaca ni sumidero en la acera diestra que no esté comunicada con la de la parte de enfrente. Se verterá más porquería en un lado o en otro, pero confluyen y, a la postre, salen por el mismo colector y acaban desembocando de consuno en el mismo juzgado. Eso sí, muy tarde.
Que hay muertos de todo color en el mismo armario es una evidencia. El móvil o la ocasión pueden estar en una caja de ahorros, donde se tocaba a rebato para desfalcar, en unas subvenciones incontroladas para obras fantasma, empleos inexistentes o cursos jamás impartidos o, cómo no, en los cohechos y mordidas con porcentaje tan conocido como vergonzosamente tolerado y no investigado.
Lo que mueve el mundo ya se sabe lo que es. Y el enriquecimiento rápido y desmesurado corrompe a todo el que no tiene unos principios éticos muy sólidos. Porque, aunque alguien entre limpio de polvo y paja a la política, al mundo sindical o a las organizaciones empresariales o profesionales, puede ser, a no tardar, presa de las tentaciones de los corruptores profesionales, que no tienen ideología. Y que saben que la mejor coraza frente a las denuncias es contaminar a gestores de ayuntamientos, consejerías y ministerios de toda clase y siglas. Perro no come perro. Y así se explica que, a veces, políticos que debieran poner en la calle a correligionarios pillados y hasta condenados, no lo hagan. Hay miedo. A las calumnias, para empezar; ya que hay expertos en difamar y, también, a lo que pueda implicar el poner en marcha el ventilador.
Las cloacas políticas, económicas y sociales son vasos comunicantes; que nadie lo dude. Y así es que prosperan movimientos antisistema; porque la gente de la calle lo sabe o intuye y no es fácil en estos tiempos explicar hasta qué punto es falso eso de que los políticos son todos iguales.
Lo que parece evidente es que el riesgo de ser tentado y, por tanto, de sucumbir a la corrupción, se incrementa cuando se lleva toda la vida liberado en la actividad pública. La técnica del corruptor es ganarse la confianza para luego abusar de ella y llevar al corrompido a su charca. Y la confianza se acrecienta con el tiempo. Por eso siempre he defendido tránsitos políticos breves y pocas reelecciones; las justas para acabar un proyecto o terminar de cumplir un programa. Sin olvidar que las caras realmente nuevas (no hablo de parientes, testaferros y paniaguados) desarman, de entrada, a los que sólo saben hablar de una “casta” de contornos toscos y difusos.
Pero, con todo, en esta democracia nuestra lo peor no es que grupos de poder, multinacionales, emporios del ladrillo, grandes contratistas públicos y demás potencias económicas o fácticas vayan a los despachos oficiales como va el diablo a un convento. Lo peor es que los honorables del despacho salgan a la calle (o mejor, a las carreteras) a ver si seducen a constructores y concesionarios ofreciendo favores públicos a cambio de un porcentaje. Y estamos viendo cada día cómo el asalto al poder político era sólo un medio para alcanzar el poderío económico. Y aún quedan muchas cosas, sin duda, por ver y con las que escandalizarnos. Nadie decente está completamente curado de espantos. El primer Evangelio da cuenta de una conocida sentencia: en el mundo siempre habrá escándalos, pero ¡ay de aquel por quien entra el escándalo! Ojalá que fiscales y jueces se lo tomen en serio.
 Leopoldo Tolivar Alas

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