En estos momentos de crisis estoy seguro que mucha gente desearíamos poder participar en los asuntos públicos expresando nuestra opinión y que la misma fuese tenida en cuenta. Es probable hasta que los ciudadanos expresásemos compromisos de solidaridad e incluso que aceptáramos mucha más austeridad en beneficio general. Sin embargo hemos construido una democracia formal que consiste tan solo- depositar un papel blanco, azul o sepia, en un cajón transparente llamado urna. Ése es el no va más del sacrosanto ejercicio democrático ciudadano. Nos preguntan una vez cada cuatro años, y con eso consideramos que cumplimos nuestros deseos de participar en los asuntos públicos. Demasiado. Dentro de un año y pico tenemos aquí las locales y dentro de un par de años, las generales, a todos nos dará una hemorragia de satisfacción y de orgullo al ir el domingo a votar. Mientras tanto, nuestra única capacidad de participación democrática, son los foros de Facebook y las esos apartados de los periódicos digitales que te invitan a que pongas algo con un deje aquí su comentario. Ya se sabe que hablar libera, eso dicen los psiquiatras.
En fin, pilarín. Si uno así está contento, es que aun está muy azorado por la dictadura anterior y le parece una cosa más que suficiente que le pregunten cada cuatro años por su opinión sobre qué lista le parece menos mala; porque evidentemente buena totalmente no le acaba de parecer nunca ninguna. Le incluyen a gente a la que no conoce ni en pintura y/o a la que no votaría ni harto de vino. Pero esto es como las lentejas, las tomas o las dejas.
La democracia se convierte en un sistema que consiste en optar por una lista cada equis tiempo, más bien largo. Decides sobre unas listas elaboradas por los oligarcas del partido, que son cuatro y el de la guitarra (y ya parecen muchos), con la que se pagan favores y retribuyen o compran lealtades. Previamente los propios correligionarios del partido colorado, azul o verde, se han dado entre ellos en el mejor de los casos codazos varios y en el peor, una cuantas puñaladas traperas dentro del seno de sus organizaciones por estar en puestos con posibilidades. Ya dijo un político cuyo nombre afortunadamente no recuerdo, que “hay amigos, enemigos y compañeros de partido”.
Bueno, a lo que iba. En este mundo tan tecnológicamente avanzado en el que dentro de no mucho es posible que veamos robots programados y ciertamente sumisos que suplan a los funcionarios (art. 1ª del Reglamento del Buen Robot [REBURRO]: No harás nunca daño a tu jefe; antes, te autodestruirás), aun no he oído a ningún político nacional, autonómico, local o mediopensionista que haya sugerido la posibilidad de establecer algún sistema electrónico, telemático o digital para el tratamiento de los asuntos públicos. Me refiero, evidentemente, a un sistema en el que se pueda preguntar a la gente, a los electores sobre las cosas del país. No es tan difícil hoy por hoy. Y si es difícil, que se pongan al tajo un 5 % de los 600 asesores que se dice que tiene el Sr. Presidente (serían 30, que ya son) y que estudien el tema.
Fuera de bromas, ¿tan difícil sería implementar sistemas que permitan pulsar la opinión de los ciudadanos? ¿No está el Gobierno tan orgulloso de que seamos la pera limonera europea en cuestión digital? ¿No hemos formulado nuestras solicitudes al FEIL y ahora al FEESL los 8000 Ayuntamientos españoles con firma electrónica?. ¿No tiene una buena parte de la población ya el DNI electrónico? Para presentar y pagar la declaración de Hacienda o una multa de tráfico hace tiempo que se pueden utilizar sistemas informáticos seguros pero debe ser extremadamente difícil al parecer establecer sistemas que permitan pulsar la opinión ciudadana. Hace ya años que presumimos de tener un excelente sistema informático en Hacienda, puntero en el mundo mundial.
Por qué no pues establecer cajeros electorales y de opinión. Los bancos también hace mucho que establecieron sistemas para facilitar a sus clientes las cosas y todos sabemos que las cosas del dinero deben hacerse de forma segura. Hoy por hoy, hasta los abuelitos menos digitalmente avezados van a los cajeros casi siempre con naturalidad y los utilizan. Aunque haya que establecer espacios habituales de ventanilla tradicional por si acaso.
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