El pantano del Bembézar se adentra como una herida de navaja en el corazón del parque natural de la Sierra de Hornachuelos. Una barcaza navega desde un embarcadero enclavado a los pies del pueblo hasta alcanzar un paraje único, mágico: la Montaña de los Ángeles. En sus barrancos se asienta, como un nido de águilas, el viejo seminario menor abandonado. También se advierten las cuevas y las ermitas donde se recogían penitentes y eremitas. Toda la montaña se convirtió desde finales del XV hasta el XIX en un cenobio natural famoso en Europa entera. Hoy, apenas nadie recuerda su existencia. El barquero nos cuenta las historias y leyendas que adornan el lugar. Como, por ejemplo, que la ciudad de Los Ángeles, en California, debe su nombre al monasterio que fundaron unos monjes franciscanos que salieron de Hornachuelos. Los ángeles de Sierra Morena se trasladaron al Pacífico, para dejar una imborrable huella hispana en solar americano. Al regreso al embarcadero, disfrutamos de una buena comida, bajo el sol de la primavera y con la lámina de agua del pantano a nuestros pies. Y muy bien, me podría preguntar, ¿por qué nos cuenta su salida del fin de semana? ¿Es que no tiene otra cosa más interesante que escribir? Pues no, le respondería. Ya estoy cansado de la crisis y sus sufrimientos y quiero glosar a la gente que lucha por salir adelante. Una familia explota el embarcadero y el restaurante. Lo de la barca fue idea del emprendedor, y tuvo que luchar hasta conseguir que Confederación le concediera los permisos de navegación. Con los ingresos que obtiene está amortizando la inversión realizada. Esta pequeña empresa local ya crea varios puestos de trabajo, atrae turismo al pueblo, y consigue que sus visitantes se marchen felices y satisfechos. Hasta hace unos años resultaba del todo imposible acceder a las vistas únicas que disfrutamos y esta iniciativa local de empleo ha logrado la cuadratura del círculo. Todos contentos y la economía reactivándose.
Seguro que usted me podría poner mil ejemplos más de personas que con imaginación y esfuerzo no se resignaron a permanecer con los brazos cruzados a la espera de que alguien le ofrezca un puesto de trabajo. Puede que ese alguien tarde en aparecer, o que, quizás, no aparezca nunca. Necesitamos más empresas y emprendedores, y el ámbito local es el adecuado para que florezcan. Y no se trata de subvencionar, sino de facilitar, animar, apoyar. Tenemos que convencernos que nadie nos sacará de esta crisis. Las inversiones extranjeras, como las golondrinas de Bécquer, se fueron para no volver. Tendrán que ser nuestras gentes las que tiren del carro, ¡viva el empleo y el emprendedor local! A nadie más se le hubiera ocurrido lo del barco para ver el monasterio olvidado, ni tampoco nadie pondría tanta pasión en narrar los milagros y extraños sucesos acontecidos en sus alrededores.
Miremos a nuestro municipio. Quizás tengamos cerca un lugar mágico, o un recurso inexplotado, a la espera del emprendedor que se lance. Ayudarle es la forma más eficaz de comenzar a salir de esta dichosa crisis que nos deprime.
Manuel Pimentel
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