lunes, 7 de junio de 2010

La paradoja de la condonación de deuda

Toda la vida de Dios llevábamos escuchando lo de la condonación solidaria de la deuda de los países pobres, y ahora resulta que somos nosotros quien vamos a precisar de una indulgencia plenaria para redimir nuestros pecados crediticios. Muchas de nuestras creencias y cimientos ideológicos se nos derrumban a la misma velocidad a la que se desmorona el mundo que conocíamos hasta el día de ayer. Una crisis sin piedad ni fin amenaza con no dejar títere con cabeza. Primero quebraron las inmobiliarias, después otras muchas empresas de diversa índole, ahora son los estados los que presentan suspensiones de pagos que aterrorizan a los mercados y carcomen la escasa confianza que restaba sobre nuestro sistema financiero. Inicialmente fue Islandia, después Grecia, ahora Hungría. Parece que Portugal puede ser el siguiente de la lista, y son muchos los que nos miran con desconfianza extrema augurando nuestro inminente default, que es como decir quiebra en fino. Nos dijeron que los estados no podían quebrar, y ahora los vemos caer en cadena, sin percatarnos de la dimensión telúrica que está alcanzado esta onda de deuda pública fallida. ¿Qué ocurre? Pues que algunas economías están demasiado endeudadas y que ya nadie les quiere prestar por temor al impago. No existe un complot cósmico contra algunos países perseguidos. Simplemente que los prestamistas aspiran a que le devuelvan lo que prestan. Así de sencillo y así de terrible. ¿Y quiénes son esos estados manirrotos que amenazan con insolvencias? Y aquí salta la sorpresa. Estábamos acostumbrados a que fueran los países en vías de desarrollo – o directamente subdesarrollados – los que eran aplastados por el peso de una deuda externa que no serían capaces de devolver jamás. Ahora se ha invertido la situación. Es Occidente –EEUU incluido - el principal deudor del planeta, y la mayor amenaza para la recuperación mundial. Antes clamábamos por una condonación de la deuda que los países pobres mantenían con los organismos internacionales, ahora somos nosotros los que nos mostramos incapaces de devolver lo que adeudamos. A este paso tendremos que solicitar que nos condonen nuestra deuda, visto lo visto.
    Algo de una gravedad desconocida está carcomiendo nuestros cimientos. La veda de los recortes se ha iniciado, y nos tememos que en el área municipal no serán los últimos. El verano será muy duro para las arcas públicas en general y para las municipales en particular. Mientras el resto del mundo crece, los europeos seguimos hundiéndonos en una espiral sin fondo. ¿Hasta cuándo? No lo sabemos. Pero, por lo pronto, no reneguemos del archiconocido 0,7 por ciento solidario, no vaya a ser que tengamos que solicitarlo pronto a los países de verdad ricos, es decir, China e India. Podemos ir acostumbrándonos al nuevo grito de los europeos: ¡Condonación de nuestra deuda externa, ya!
Manuel Pimentel

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