Hace unas semanas tenía puesto de fondo en la tele el debate sobre el Estado de la Nación, excelente runrún para el duermevela de la siesta. El nombre tiene su guasa en estos momentos y se podrían buscar variopintos dobles sentidos. ¿El estado de algo o de las cosas en general o el estado del Estado-organización? ¿El estado del Estado-nación o el estado del país y sus nacionalidades? Bueno la cuestión es que en un momento en que el duermevela me lo ha permitido escucho al Presidente replicar al Portavoz de CiU y hace alusiones al Estatut, al Parlament y al President. En vez de referirse al Estatuto (de Cataluña) o al Parlamento (catalán).
En este país o eres políticamente correcto o eres un degenerado. Y parece que lo políticamente correcto en cuanto a los topónimos y nombres de instituciones en lenguas autóctonas hispana es, aunque seas de Soria y no sepas más que castellano, nombrarlas por su denominación en esa lengua, despareciendo todo vestigio del castellano, aunque se trate de un diario de Cuenca quien esté comentando el tema y tenga una evidente traducción. Con el argumento del respeto a la diferencia idiomática y el respeto a la diferencia, todos los no catalanoparlantes o vascoparlantes, para no ofender, nos referimos a “sus cosas” en su propia lengua.
Así, cualquier político o cualquier medio de comunicación neutro, medio progre o progre total alude al Presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña como el President y Palau de la Generalitat. O el Lehendakari si se habla del Presidente del Gobierno vasco que trabaja en la Lehendakaritza. Si es en un medio sonoro o audiovisual (radio o televisión), hasta se intenta pronunciar en el correcto catalán oficial y ortodoxo de Barcelona (no de otra parte). Se habla de la Generalitat en vez de hablar del Gobierno de Cataluña, del Síndic de Greuges, Osakidetza, Ararteko, Xunta, y si nos referimos a topónimos los ejemplos son incontables: A Coruña, Ourense, Sanxenxo, Girona, Lleida o L’Hospitalet, Galdakao, Hondarribia, Donosita, Pasaia, etc.
Si uno acude a la Real Academia de la Lengua y su Diccionario Panhispánico de dudas y busca por ejemplo, “Lleida”, se encuentra con que la RAE le redirecciona a “Lérida” e indica sin género de dudas: ”Lérida. Nombre tradicional en lengua castellana de la provincia y ciudad de Cataluña cuyo nombre en catalán es Lleida. Salvo en textos oficiales, donde es preceptivo usar el topónimo catalán como único nombre oficial aprobado por las Cortes españolas, en textos escritos en castellano debe emplearse el topónimo castellano.”
Cada uno puede hablar como le dé la gana, pero es del todo incorrecto para un castellanoparlante referirse en otra lengua a nombres de lugares e instituciones cuando existe traducción, sean catalanes, gallegos, austríacos, holandeses o de donde sea. Supongo que chocaría mucho si en cualquier periódico nacional se hablase de The Prime Minister of the United Kingdom of Great Britain and Northern Ireland que reside en London. Todos decimos el Primer Ministro Británico en Londres. Igual de ridículo sería hablar de The President of the United States of America y su White House o de Fifth Avenue of New York. Por no decir que se va uno de turismo a ver el concierto de fin de año a Wien en vez de a Viena. Como tampoco va a la agencia de viajes y pide un vuelo con hotel para Firenze en vez de Florencia, Den Haag por La Haya, Antwerpen por Amberes, Köln por Colonia o Warszawa por Varsovia. No es necesario seguir poniendo ejemplos, hay miles. Si uno hablase así, todo el mundo le diría que es patético.
Cuando uno sale de Pau hay indicadores en las rotondas para dirigirte a Saragosse, normal, así se dice Zaragoza en francés. Cuando uno sale de Zaragoza hacia Cataluña te dirigen en la A-2 a Barcelona y Lleida.
La premeditada y buscada diferencia triunfando sin que nadie se atreva a rechistar desde la absurda premisa de un necesario “respeto” absolutamente innecesario, haciendo ver por otra parte que autonomía-diferencia = guay del Paraguay y centralidad-unión = malo malísimo, yuyu. Pues mire usted, no es así, depende. Es irracional.
Ignacio Pérez Sarrión
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