En esencia, la cuestión que se está debatiendo es quién tiene que pagar los platos rotos de la crisis del mercado de deuda, ya sea soberana (de los países europeos periféricos, o como les gusta decir maliciosamente a los angloparlantes, PIGS –cerdos, por si alguien no lo sabía- Portugal, Irlanda, Grecia y España), o privada, en este caso, emitida por las entidades financieras de todos los países. Hasta ahora, el coste de los rescates ha corrido a cargo de los contribuyentes, especialmente alemanes, y de los accionistas de las empresas que han atravesado situaciones problemáticas, pero no de los bonistas, es decir, no de las personas que han invertido en títulos de renta fija emitidos por algunos de esos países, o de las entidades financieras de todo el mundo.
Vayamos por partes, porque el tema es complejo y requiere más de un artículo. Empecemos, por ejemplo, por el caso de la crisis Irlandesa, todavía fresco en nuestra memoria, y desde luego, más cercano a nuestra experiencia que el caso griego (y no me refiero a proximidad geográfica). Como muchos recordarán, Irlanda fue durante bastantes años un modelo de desarrollo económico y de éxito para muchos países, llegando a ser conocido como el tigre celta, en clara alusión a los tigres asiáticos que tanto asombraron por su rápido crecimiento. Partiendo de un nivel de relativo retraso respecto al resto de Europa, Irlanda mantuvo durante varios años un elevado ritmo de crecimiento, atrayendo inversiones del resto del mundo, que se dirigieron en parte al tejido empresarial, pero sobre todo, al mercado inmobiliario, generando un “boom” parecido al que se ha vivido en España; como los propios irlandeses reconocieron posteriormente, fueron unos años durante los cuales “más y más gente pensaba que se harían ricos vendiendo a otros sus viviendas”; según datos del Fondo Monetario Internacional, la renta per cápita irlandesa antes de la intervención se estima en 35.000 €, frente a 31.000 € de Alemania.
El estallido de la crisis mundial supuso un grave deterioro de las entidades financieras irlandesas, hasta el punto de que el gobierno decidió capitalizarlas con cargo al presupuesto público, los contribuyentes, para tranquilizar a los mercados internacionales, pero esa decisión puso en peligro la estabilidad financiera nacional; a regañadientes, y tarde como siempre, el gobierno aceptó la ayuda europea para salir de la crisis evitando el impago, e intentar de ese modo frenar el efecto dominó que amenazaba a los países de la Unión Europea.
Llegados a esa situación, hizo falta aportar 62.700 millones de € (si me lo permiten: 62.700.000.000 €, o 10,4 Billones de pesetas -10.432.400.000.000 ptas.-) Esa cantidad procedía de diferentes fuentes:
Fondo Monetario Internacional, 36 %: 22.500 millones €.
Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera, 36 %: 22.500 millones €.
Facilidad Europea de Estabilidad Financiera, 28%: 17.700 millones €.
Ahora bien, cada uno de esos organismos y fondos se compone, o se nutre, de aportaciones realizadas por los países, en proporción a los pesos de cada uno en el conjunto; una parte considerable de los mismos procede de Alemania que, no en vano es el país más grande de Europa: en concreto, la aportación germana al rescate de Irlanda en cada una de las tres líneas anteriores totaliza 12.500 millones €, es decir, un 20 % del total (1.300 a través del FMI, 5.000 en el Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera, y 6.200 en la Facilidad Europea de Estabilidad). No creo que extrañe a nadie que los contribuyentes, y votantes, alemanes se pregunten a quién le dan el trasquilón en esta fiesta, o como suelen decir los americanos, quién paga esta ronda.
Mientras la economía irlandesa ha ido viento en popa, creciendo a toda velocidad, asombrando al resto del mundo, y generando beneficio para quienes participaron en la euforia, nada de eso llegó a los contribuyentes alemanes; sin embargo ahora, cuando se producen las pérdidas, son esos mismos contribuyentes quienes deben asumirlas, pues la aportación germana a ese reflotamiento, y al griego, y portugués, etc. procede del presupuesto público, así que como poco, compromete recursos que de otra manera podrían aplicarse en beneficio de los alemanes, cuando no reducir los impuestos. Como digo, a mí no me sorprende que desde Alemania estén impulsando los esfuerzos para que en Europa se tomen medidas que hagan que el salvamento afecte también a quienes disfrutaron de los buenos tiempos: los accionistas de las empresas afectadas, perdiendo parte de su inversión; quienes hayan comprado títulos de renta fija irlandeses, o de sus entidades financieras, y hayan percibido los intereses periódicos de los mismos, soportando ahora el coste del ajuste, ya sea con una reducción de los intereses nominales a percibir, un alargamiento del plazo de vencimiento del título, o una reducción del nominal (haircut); y los gobernantes, afrontando el coste político de asumir la ayuda internacional para resolver los problemas nacionales.
Tomás García Montes
Vayamos por partes, porque el tema es complejo y requiere más de un artículo. Empecemos, por ejemplo, por el caso de la crisis Irlandesa, todavía fresco en nuestra memoria, y desde luego, más cercano a nuestra experiencia que el caso griego (y no me refiero a proximidad geográfica). Como muchos recordarán, Irlanda fue durante bastantes años un modelo de desarrollo económico y de éxito para muchos países, llegando a ser conocido como el tigre celta, en clara alusión a los tigres asiáticos que tanto asombraron por su rápido crecimiento. Partiendo de un nivel de relativo retraso respecto al resto de Europa, Irlanda mantuvo durante varios años un elevado ritmo de crecimiento, atrayendo inversiones del resto del mundo, que se dirigieron en parte al tejido empresarial, pero sobre todo, al mercado inmobiliario, generando un “boom” parecido al que se ha vivido en España; como los propios irlandeses reconocieron posteriormente, fueron unos años durante los cuales “más y más gente pensaba que se harían ricos vendiendo a otros sus viviendas”; según datos del Fondo Monetario Internacional, la renta per cápita irlandesa antes de la intervención se estima en 35.000 €, frente a 31.000 € de Alemania.
El estallido de la crisis mundial supuso un grave deterioro de las entidades financieras irlandesas, hasta el punto de que el gobierno decidió capitalizarlas con cargo al presupuesto público, los contribuyentes, para tranquilizar a los mercados internacionales, pero esa decisión puso en peligro la estabilidad financiera nacional; a regañadientes, y tarde como siempre, el gobierno aceptó la ayuda europea para salir de la crisis evitando el impago, e intentar de ese modo frenar el efecto dominó que amenazaba a los países de la Unión Europea.
Llegados a esa situación, hizo falta aportar 62.700 millones de € (si me lo permiten: 62.700.000.000 €, o 10,4 Billones de pesetas -10.432.400.000.000 ptas.-) Esa cantidad procedía de diferentes fuentes:
Fondo Monetario Internacional, 36 %: 22.500 millones €.
Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera, 36 %: 22.500 millones €.
Facilidad Europea de Estabilidad Financiera, 28%: 17.700 millones €.
Ahora bien, cada uno de esos organismos y fondos se compone, o se nutre, de aportaciones realizadas por los países, en proporción a los pesos de cada uno en el conjunto; una parte considerable de los mismos procede de Alemania que, no en vano es el país más grande de Europa: en concreto, la aportación germana al rescate de Irlanda en cada una de las tres líneas anteriores totaliza 12.500 millones €, es decir, un 20 % del total (1.300 a través del FMI, 5.000 en el Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera, y 6.200 en la Facilidad Europea de Estabilidad). No creo que extrañe a nadie que los contribuyentes, y votantes, alemanes se pregunten a quién le dan el trasquilón en esta fiesta, o como suelen decir los americanos, quién paga esta ronda.
Mientras la economía irlandesa ha ido viento en popa, creciendo a toda velocidad, asombrando al resto del mundo, y generando beneficio para quienes participaron en la euforia, nada de eso llegó a los contribuyentes alemanes; sin embargo ahora, cuando se producen las pérdidas, son esos mismos contribuyentes quienes deben asumirlas, pues la aportación germana a ese reflotamiento, y al griego, y portugués, etc. procede del presupuesto público, así que como poco, compromete recursos que de otra manera podrían aplicarse en beneficio de los alemanes, cuando no reducir los impuestos. Como digo, a mí no me sorprende que desde Alemania estén impulsando los esfuerzos para que en Europa se tomen medidas que hagan que el salvamento afecte también a quienes disfrutaron de los buenos tiempos: los accionistas de las empresas afectadas, perdiendo parte de su inversión; quienes hayan comprado títulos de renta fija irlandeses, o de sus entidades financieras, y hayan percibido los intereses periódicos de los mismos, soportando ahora el coste del ajuste, ya sea con una reducción de los intereses nominales a percibir, un alargamiento del plazo de vencimiento del título, o una reducción del nominal (haircut); y los gobernantes, afrontando el coste político de asumir la ayuda internacional para resolver los problemas nacionales.
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