La contundente mayoría absoluta obtenida por Rajoy llega con un mensaje implícito: necesitamos un gobierno fuerte, inteligente y decidido que nos saque del agujero en el que nos encontramos. Pero no sabemos cómo lo hará, por la sencilla razón de que durante la campaña no se ha dicho. No recuerdo una campaña tan laxa, tan exenta de tensión electoral. Nuestra atención no estuvo centrada en los discursos de los candidatos, ni siquiera en sus propuestas tópicas y grises, sino en el rugir de la crisis que amenaza con devorarnos. Los candidatos se limitaron a cumplir el guión previsto, mientras que nuestra atención despavorida se obsesionaba en los acontecimientos europeos, bajo un euro en riesgo, una prima de riesgo enfurecida y unos gobiernos intervenidos bajo la alargada sombra del poder alemán. Sabíamos – sabemos – que los siguientes podemos ser nosotros, y un escalofrío nos recorre mientras analizamos las posibilidades reales de salir airosos del envite. Por eso, no nos ha interesado la campaña. En verdad, estábamos deseando que finalizara cuanto antes, para que alguien tomara con firmeza el timón de una nave a la deriva. De ahí, ese espectacular respaldo a las siglas del PP, que en nuestro imaginario se nos representa como un buen gestor, avalado por su éxito económico del 96.
Al final se cumplió fielmente el guión de esta crónica de un éxito anunciado y Rajoy gobernará España con una mayoría absoluta rotunda. Para el líder gallego ha llegado la hora de la responsabilidad. Tras nuestra felicitación, debemos desearle la mayor de las fortunas en su gestión. Los españoles le hemos entregado la mayor acumulación de poder – suma del nacional, el autonómico y el local – que jamás conoció gobernante alguno de nuestra España democrática. Nuestro buque hace aguas y le pedimos que las achique al tiempo que le exigimos que navegue a toda vela. Tendrá que ajustar el presupuesto al tiempo que debe conseguir reactivar la economía para no caer en recesión. No le valen excusa alguna; nadie se apiadará ni aceptará el clásico recurso de la herencia recibida. Ya sabemos que los anteriores lo hicieron muy mal, por eso los mandamos a la oposición. Los españoles le pediremos soluciones y no excusas.
Rajoy se mira frente a la historia. Sabe que no lo tendrá fácil. Y no sólo por las supuestas protestas contra las seguras medidas de ajuste y reformas que se atisban en el horizonte, sino, sobre todo, porque sabe que algunos poderosísimos centros de decisión ya han condenado a España y no piensan remitir sus ataques por un simple – anecdótico para ellos – cambio de gobierno. Los mercados ya descontaban la semana pasada la mayoría absoluta del PP y daban por seguro su rápido paquete de medidas, y, a pesar de ello, nos castigaron elevando la prima de riesgo por encima de 500. Rajoy sabe que el efecto anuncio de un cambio se diluirá como un azucarillo, por lo que debe prepararse para actuar con contundencia y rapidez. Hoy, de hecho, mientras escribo estas líneas, justo el lunes siguiente a las elecciones, la prima de riesgo sube mientras la bolsa baja con intensidad.
Rajoy sabe que no todo está en sus manos. España sólo podrá salir si Europa logra enderezar su entuerto, lo que no parece claro a día de hoy. Ha hecho bien estableciendo lazos directos con una Merkel plenipotenciaria en la actual Europa. Pintamos muy poco en las grandes decisiones europeas y estamos bajo sospecha; cualquier fallo tendrá consecuencias irreparables. Rajoy acertará – estoy convencido – en sus primeros pasos. Nombrará un gobierno solvente, con personas con experiencia y valía contrastada, como primera señal de confianza. Inmediatamente, prorrogará mediante decreto el presupuesto, con un ajuste superior a los 30.000 millones de euros – una auténtica barbaridad de dinero – para tratar de conseguir el objetivo del déficit para 2012, tras el fiasco de 2011. La mano no le podrá dudar al firmar un recorte de incierto resultado. Nadie tendrá compasión con el nuevo gobierno. O cumple los compromisos europeos, o un furioso vendaval puede llevárselo por delante. El ajuste es necesario, pero no suficiente, dadas las consecuencias depresivas que tendrá sobre nuestra economía, que puede recaer en recesión con su dolorosa e inaceptable secuela de desempleo. Por eso, deben complementarse con reformas profundas – laboral, financiera, energética, fiscal – que nos permitan recuperar competitividad e inducir actividad económica. No son horas de medias tintas. Nos jugamos el todo o la nada en las primeras semanas de gobierno. No habrá tiempo para mucho más.
Es muy probable que el PSOE, muy debilitado, nombre a su nuevo líder en un congreso a celebrar en enero, justo cuando el nuevo gobierno esté dando sus primeros pasos. Todavía quedan dos largos meses para esto, que se harán agónicos ante las zozobras económicas. Esperemos poder llegar enteros hasta entonces, o, mejor aún, disminuir los plazos legalmente previstos para el traspaso de poderes.
El PSOE no apoyará las reformas presupuestarias ni económicas o sociales. Sin embargo, sí trabajarán en conjunto para las profundas reformas que son precisas en nuestra arquitectura institucional. Una de los grandes aciertos conjuntos sería el pactar un plan de saneamiento para ayuntamientos y autonomías. A cambio de rigor presupuestario y restructuración fiscal, se podría ofrecer tesorería para salvar las urgencias perentorias.
Si Europa logra estabilizarse y Rajoy toma las medidas reseñadas, podría comenzar a recuperarse la confianza que precisamos. Si, por el contrario, continúan las zozobras europeas, o Rajoy no se atreve o no acierta con las reformas necesarias, las cosas se nos complicarían – a los españoles y al propio Rajoy – de forma extraordinaria. Esperemos que se haga buena la hipótesis más favorable, aunque, desgraciadamente, no podemos descartar las peores.
No nos aburriremos durante estas próximas semanas. Nos lo jugamos casi todo en ellas.
Manuel Pimentel
No hay comentarios:
Publicar un comentario