lunes, 30 de enero de 2012

¿Tenemos futuro los editores?


Un día sí y otro también escuchamos con resignación aquello de que el libro digital, el conocido como e-book, terminará enterrando al tradicional libro de papel. Si así ocurriera… ¿qué futuro tendríamos los editores?
Anticipo mi opinión. El libro papel convivirá mucho tiempo con el digital y no sólo por cuestiones románticas, de costumbre o educación, sino por una simple y determinante cuestión neurológica. Nuestra mente no funciona igual al leer sobre el papel que sobre la pantalla. Los circuitos neuronales le van a echar el salvavidas definitivo a los libros que algunos agoreros dieron por muertos.Nicholas Carr defiende esta tesis en su recomendable libro Superficiales, ¿qué está haciendo internet con nuestra mente? en el que anticipa que el hábito de internet hará que nos cueste mucho más la lectura prolongada o el pensamiento que precise de razonamientos densos y para ello acuña una ingeniosa frase: “Intente leer un libro mientras resuelve un crucigrama: tal es el entorno intelectual de internet”. Estamos siendo moldeados por nuestro entorno informativo, que nos empujará a la obsesión por la conectividad constante. La aparición de internet ha obligado a los periódicos tradicionales a adaptarse a nuevos formatos más visuales, más fragmentarios, menos densos, supuestamente más atractivos.
“La Web es una tecnología del olvido”. Internet nos fuerza a pensar como la red lo hace. La memoria es una capacidad que podemos externalizar, depositarla en la “nube” y rescatarla cuando nos haga falta. ¿Para qué ejercitarla? Internet ha venido para quedarse y para forzarnos a modificar nuestra forma de trabajar, de ocio, de relaciones personales, de consumo y hasta de nuestra propia mente. Así, el cerebro de un lector funcionará de distinta manera ante una pantalla – aunque sea de tinta electrónica como la de los e-books – que ante un libro. En el primer caso será una lectura distraída, mientras que la segunda puede profundizar.
Los editores tendremos que estar atento a las nuevas tecnologías y diseñar o impulsar productos específicos para ellas, pero no darse por muertos. El libro aún tiene mucha vida por delante. Los vientos digitales y globales cambiarán en algo las reglas de navegación editorial y quizás, también, los tipos de buques que nos tocará patronear, pero la energía precisa para su impulsión continuará siendo la misma: el amor al libro, a la libertad, a las ideas, al arte y al conocimiento. Lo repetiremos una vez más: los tiempos pasados no tienen por qué ser mejores. Es más, la filosofía propia del aventurero-viajante que siempre late bajo nuestra alma de editor nos impulsa a caminar más y más lejos, confiados en que el paisaje más hermoso aparecerá al trasponer la siguiente cuesta. A lo mejor no es así, pero el porvenir siempre fue de los que creyeron en él. La editorial es, pues, una actividad de futuro, por más que los profetas de la catástrofe vaticinen su final. El libro ha muerto, proclaman. ¡Viva el libro!, replicamos nosotros. Seguiremos siendo necesarios. Buscaremos y descubriremos autores, anticiparemos tendencias, levantaremos debates y polémicas, enriqueceremos el panorama cultural, regaremos los corazones de los enamorados con lágrimas arrancadas de nuestros textos, llevaremos conocimientos a los labios siempre sedientos de sabios y estudiosos. Nos devanaremos los sesos buscando vías para que nuestros libros y contenidos lleguen hasta el lector, procurando que nuestros ingresos superen a los gastos. No será fácil. Las nuevas tendencias parecen parir gigantes, y desde nuestro pequeñismo tendremos que aprender a sobrevivir. Nuestro instinto de supervivencia nos impulsará a descubrir nuevas posibilidades para seguir traficando con ensueños y melancolías. No podemos tenerle miedo a la sociedad en la que nos tocó vivir. Los tiempos no son ni buenos ni malos, simplemente son. Y los editores seguiremos siendo imprescindibles para que cada generación conozca a las anteriores y, lo que es aún más importante, se reconozca a sí misma.
Seguiremos teniendo alma de poeta. Y para tocar suelo y sobrevolar economías, precisaremos de técnicas y contabilidad. Porque si nuestra esencia es cultural, nuestro cuerpo es de empresa. El principal recurso natural de la editorial del mañana será la creatividad y el criterio editorial, pero se deberá desplegar a través de la gestión de personas, la distribución, los canales de comercialización, los diversos soportes, la promoción, los medios de comunicación, el comercio de derechos, las nuevas tecnologías y a través, en fin, de tantas otras artes e industrias de las que tan prolijamente hemos hablado. La historia nunca se detiene para nadie, tampoco para los editores, pero no necesariamente cualquier tiempo pasado tuvo por qué ser mejor.
Manuel Pimentel

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