Los europeos no nos comprenden, lloramos afligidos. No nos quieren, nos desprecian, no valoran nuestros esfuerzos; escuchamos a nuestro alrededor. Y, entonces, en busca de la verdadera sabiduría, recurrimos a los clásicos para desenmarañar la madeja de nuestras dudas. ¿Tan malos somos, de verdad?La Gioconda, y su émula española recién descubierta en el Prado, nos miran desde la sonrisa de su enigma. ¿Quién es ella? – nos interrogamos – ¿Por qué sonríe? El espejo magistral de su pintura nos devuelve con la artimaña de la desazón la pregunta esencial: ¿Cómo somos, en realidad? ¿Cómo nos vemos o cómo nos ven? Si usted es de los que piensan que esos interrogantes arrojan idéntica respuesta, quizás estas líneas desmientan su creencia. No sabemos bien quiénes somos, pero, desde luego, el cómo somos y el cómo nos ven arrojan realidades tan completamente diferentes que pareciera que de dos seres distintos se tratara. ¿Quién es más real, entonces? ¿El cómo nos vemos o el cómo nos ven?
Raimond Carver escribió: “Tú no eres tu personaje, pero tu personaje sí eres tú”. Todos tenemos una propia idea subjetiva de nuestra persona y nos creemos mejores que el personaje que los demás ven en nosotros. La verdad es exactamente la contraria. El personaje que los terceros pueden observar es más real que nuestra propia percepción de persona. ¿Por qué? Pues porque definimos nuestro personaje por nuestra forma de actuar, y lo demás ven en nosotros lo que hacemos y decimos, y no el cómo nos autoconsideramos. Por sus obras los conoceréis, reza, con razón, el aserto evangélico. Somos lo que hacemos y no cómo pensamos que somos.
Los españoles estamos deprimidos. No terminamos de entender lo que nos ocurre y somos reticentes a las reformas. Creemos que los mercados, o la Merkel, o la dichosa troika, o los organismo internacionales no entienden nuestra situación. En vez de exigirnos ajustes y apretarnos el cinturón deberían ayudarnos con políticas expansivas de mayor gasto público. Nosotros somos los pobres desvalidos frente al pérfido capitalismo internacional que se dispone a merendarnos. Por eso, nos resistimos a los ajustes que nos exigen, pese a ser los que nosotros mismos nos comprometimos en el Plan de Estabilidad, esto es, el haber terminado 2011 con un déficit del 6% y del 4,4% sobre nuestro PIB a finalizar 2012. El gobierno anterior dejó un déficit del 8,53% – una auténtica barbaridad – y el actual sorprendió a sus socios europeos con una revisión unilateral al 5,8%, después matizada por acuerdo comunitario hasta el 5,3%, objetivo actual de muy difícil consecución, dada la recesión que lastrará los ingresos públicos y el más que probable incumplimiento de comunidades autónomas y ayuntamientos. Es decir, que creemos que estamos haciendo un enorme esfuerzo y pensamos que deberíamos aliviarnos un poco, mientras que nuestros socios europeos observan con preocupación al personaje incumplidor que representamos con nuestros actos. Nosotros nos consideramos un país que hace un gran esfuerzo que no es reconocido por el exterior, mientras que los de fuera, que nos ven con ojos imparciales, no se terminan de fiar de nuestra capacidad de sacrificio y se quejan de nuestras continuas modificaciones. Por lo pronto, hemos incumplido en 2011 y en 2012, con lo que podríamos dar al traste con todo el objetivo comunitario. ¿Podemos extrañarnos entonces de que duden y desconfíen de nosotros? Nosotros no somos Grecia, repetimos convencidos, mientras incumplimos de forma idéntica nuestros propios objetivos. ¿No deberíamos empezar a preocuparnos por nuestra imagen, por el cómo nos ven? ¿No será esa imagen tercera más real que nuestra autoindulgente percepción?
El juego de los espejos es peligroso y equívoco. Vemos los errores de los griegos, pero ignoramos los propios. Y mientras, el terrorífico espantajo de la intervención se acerca sin que, en el fondo, lleguemos a creernos que eso nos pueda ocurrir a nosotros, con lo buenos, serios, cumplidores y europeístas que somos. Y entonces, el necio, entona la canción redentora. No se trata de cumplir, sino de explicar nuestra realidad. ¡Somos mucho mejores de lo que los demás nos ven! ¡No pueden castigarnos por eso que ellos llaman incumplimientos y nosotros valoramos como simples adecuaciones a nuestra realidad!
Y mientras tanto, la Gioconda, que tanto ha visto ya, sonríe con dolor y resignación, conocedora del rechinar de dientes que aguarda a los necios y a los vanidosos que olvidan que el personaje de nuestros actos que los otros ven es siempre más real que nuestra propia imagen indulgente ante el espejo falso de nuestra subjetividad.
Manuel Pimentel
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