viernes, 7 de septiembre de 2012

Echarse al monte

Muchos incendios han abrasado los montes este estío. Han muerto pundonorosos trabajadores. De esos que tienen que luchar por la defensa de lo público y lo común, y que tan fácil son pasto de las llamas -ya que de incendios hablo- de frívolos comentarios ciudadanos contra los funcionarios públicos. Se han calcinado bosques y matorrales. Miles de hectáreas han ardido, privando en bastantes casos a vecinos de unos rendimientos por los que trabajaban desde hacía décadas. Ha desaparecido un paisaje que tardará años en recuperar algún color. Y, entre lo terrible, están las noticias de saber que la mayoría de los fuegos han sido provocados. Resulta desolador.

También, como en tantas ocasiones anteriores, se reiteran los comentarios relativos a que los incendios se apagan en invierno, se discute sobre la adecuación de unas especies frente a otras, se habla, cómo no, de modificar leyes y decretos. Lugares comunes que ya cansan ante el lugar desolado del monte calcinado.
Me pregunto si no habrá que “echarse al monte.
No propongo, como bien recuerdan los diccionarios, “ponerse fuera de la ley en partida insurrecta o en bandolerismo”. Sino, justamente lo contrario. El hecho de estar rodeados de imprecisiones semánticas, de declaraciones contradictorias, de abusos eufemísticos… ¿Es necesario recordar ejemplos? ¿O es que son preferentes, las “preferentes”; o el “plan prepara” prepara para el futuro…? y así miles de ejemplos en las leyes que nos recuerdan el mundo al revés de Alicia en el espejo… Pues bien, ya que se tuerce el diccionario, retuerzo yo también la clásica expresión para apelar no a la rebeldía y menos al bandolerismo (¡nos sobran criminales que incendian montes!), sino a la rectitud y a la colaboración.
Porque andamos faltos de protectores de la naturaleza y de movimientos ciudadanos que cuiden el común, deberían los pedáneos de los pueblos promover convocatorias para que los ciudadanos nos acercáramos por los montes a limpiar, o que plantáramos diez árboles cada uno y que periódicamente, con regularidad, paseáramos para mantener un mínimo cuidado. Es triste comprobar cómo, tras suscribirse contratos administrativos de repoblación forestal, una subcontrata realiza unas mínimas labores para plantar minúsculos brotes sin mayor protección, y luego confía en que el cielo envíe algunas aguas para que crezcan las especies. Al año no queda nada más que el archivo de un procedimiento de contratación y el pago de varios miles de euros derrochados. Paseo a diario entre varios ejemplos.
Sería bueno que se constituyeran nuevas asociaciones de amigos para que los vecinos, que tanto han defendido esos montes, recuperen cuanto antes la esperanza de devolverles la vida. Habría que retornar a las buenas costumbres que han mantenido los bosques que quedan. No hay que olvidar, que las costumbres son fuente preferente para el cuidado de los montes comunales. Así lo establece el Texto refundido que recoge las disposiciones vigentes en materia local y de ahí que lo reiteren los Tribunales de Justicia. Hace unos pocos meses, el Supremo lo ha vuelto a recordar al conocer de los conflictos suscitados con el plan anual de los aprovechamientos de montes de utilidad pública del Principado de Asturias, que no atendió a la costumbre establecida sobre los aprovechamientos de algunos montes documentadas desde 1828 y con alusiones a otros acuerdos que se remontaban al siglo XVI (sentencias de 12 de enero y 17 de febrero de este año).
Y si hay pocos voluntarios, deberíamos tratar de dar más significado a esas “prestaciones personales” de la Ley de haciendas locales, que todavía tenemos en algunos pueblos, y extenderlas al ámbito provincial y generalizar una mínima educación ambiental de las personas que no viven del monte. Y es que “sin montes no hay aguas” y sin agua no hay vida. Así empezaba José Posada Herrera, uno de los profetas del Derecho administrativo, su lección sobre los montes. Recuperemos la clásica doctrina “y echémonos al monte”.
  Mercedes Fuertes López

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