El mes pasado comenté en esta ventana que, en mi opinión, el punto central de la lucha contra el enorme déficit que arrastra nuestra economía desde hace tiempo debía centrarse en el gasto público (se sobreentiende, en su reducción); hoy vuelvo a la carga, porque hay nuevos datos que inciden aún más, si cabe, en esa idea.El pasado 27 de Agosto, el Instituto Nacional de Estadística publicó una nota informativa explicando los datos definitivos del PIB de 2010 y 2011; como no podía ser de otro modo, la revisión fue a la baja, es decir, que la producción de ambos años ha sido menor de lo que se venía manejando hasta ahora: en concreto, el PIB de 2010 se reduce dos décimas respecto a las estimaciones vigentes, y el de 2011 tres.
Como he dicho en otras ocasiones, hay que tomar estos datos con cierta prudencia, porque no dejan de ser estimaciones, y es mejor analizar la tendencia que muestran, para deducir por dónde va la economía real, que perderse en cálculos de décimas o centésimas. Ahora bien, con la desconfianza que genera en el público internacional todo lo que suena a España, esta corrección supone un jarro de agua fría; seguramente hay cientos de razones técnicas que explican la nueva estimación, pero no podía llegar en peor momento. Pensemos, si no, cuál sería nuestra reacción ante una noticia semejante que llegase de Grecia, o de Portugal, por citar sólo dos ejemplos.
Además del efecto imagen, mala, que produce esta corrección, hay otra consecuencia mucho más dramática en la ya de por sí dura situación actual: hay que acentuar el programa de reducción de gasto público, si se quiere cumplir los compromisos adquiridos con quienes nos prestan dinero para que España, S.A., llegue a fin de mes. Y es que el plan de convergencia es tan apretado, que cualquier décima de desviación constituye un obstáculo difícil de salvar. Si se me permite un ejemplo sencillo, diría que es como el ciclista que está subiendo una gran cuesta en la etapa reina de la Vuelta, con las fuerzas al límite, y los espectadores no hacen más que cruzarse y ponerle en peligro: con un ligero roce, involuntario, pueden tirarlo al suelo, y hacer que no recupere el ritmo. Pues la economía española se parece a esos ciclistas: cualquier ligero contratiempo pone en riesgo todo el plan de convergencia.
En números, inevitables visitantes de esta columna, la ligera desviación que ha detectado el INE en sus estimaciones del PIB se traduce en que, para cerrar la sangría presupuestaria, el Gobierno deberá ahorrar los 30.000 M € inicialmente previstos, más otros 4.000 M € que se derivan del menor crecimiento real en 2011. Y digo que tendrá que centrarse en el gasto por dos razones: la primera, evidente a la luz de las nuevas cifras, es que el año pasado el gasto público disminuyó sólo un 0,8% respecto al año anterior, es decir, 1.800 M €, insignificante para la magnitud de la tarea pendiente; la segunda, que por mucho que se empeñe en aumentar los impuestos y, desde luego está poniendo mucho interés en ello, no consigue las cifras esperadas. En economía se sabe que, conforme aumenta el precio de un factor, si hay sustitutivos, el efecto final es que cae la demanda del factor caro; en este caso, según crece la presión recaudatoria, el efecto final ha sido de nulo o casi nulo aumento de ingresos, y ello por dos razones principales: el sector privado se resiente de la larga crisis, reduciéndose su aportación, ya sea en forma de renta o de beneficios; además, cada día hay menos sector productivo del que cobrar impuestos.
De hecho, el propio INE ha publicado que a 30 de Junio, la recaudación impositiva por todos los conceptos ha sumando 48.800 M. €, es decir, 2.000 M € menos que el año pasado a la misma fecha, y la presión fiscal aumentó, precisamente, para recaudar más.
Por su parte, el gasto en consumo final de las administraciones públicas a la misma fecha ha sumado la friolera de 109.200 M. €, que anualizado, supondría 4.000 M € menos que un año antes; el gobierno se ha apresurado a declarar que la ejecución del gasto no es lineal, o sea, que no se gasta un doceavo del presupuesto anual cada mes, sino que hay partidas distribuidas de diferente manera; es decir, que estemos tranquilos, que en la segunda parte del año se corregirá esa desviación. Yo, personalmente, no veo razones para la tranquilidad, porque apenas se percibe que haya reducciones drásticas del gasto, o que las haya al ritmo que exige la gravedad de la situación: a cualquier nivel de la administración pública que miremos, nos daremos cuentas de que las medidas de ahorro son escasas, y habría que decir heroicas e insuficientes; pero es que, además, cada uno de los cuatro últimos trimestres el gasto público en consumo final ha sido 54.900 M€, con lo que es muy difícil esperar que la tendencia cambie, sin más, salvo que sea a costa de las otras partidas de gasto público.
A nadie le gusta dar malas noticias, pero las cifras son lo que son, y el resultado es incuestionable: si queremos que sigan fiándose de nosotros y, por tanto, prestando dinero al Tesoro Público, hay que actuar de una vez por todas sobre el gasto público, aunque cueste votos; si seguimos pensando que todas las partidas son inamovibles, no habrá Banco Central Europeo, ni Mecanismo Europeo de Estabilidad que se precie, capaces de resolver nuestro problema.
Tomás García Montes
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