En el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales he dado hace unos días una conferencia en el marco de un Seminario dedicado a analizar “el horizonte del Estado autonómico en 2010″ . El debate con los asistentes -la mayoría catedráticos de derecho constitucional, bajo la batuta de Enrique Álvarez Conde- fue muy vivo pero no me voy a referir a él. Lo cuento porque, en la clausura, el director del Centro, Benigno Pendás, nos contó algunos de los proyectos de la institución y entre ellos figuraba un programa destinado a meditar sobre la forma de legislar mejor.Pendás es letrado de las Cortes y al minuto me acordé de la atención que a este asunto le dedicó otro letrado de las Cortes y catedrático bien distinguido de derecho constitucional: Nicolás Pérez Serrano en una conferencia pronunciada en Madrid en 1947. “Nada tan horrible como el estilo pedregoso o la sintaxis descoyuntada y torturante de tantos y tantos escritos forenses o fallos judiciales o textos legislativos …, si una ley está redactada en noble tono, con frase pulida y palabra tersa, será estudiada, entendida y aplicada con mayor facilidad que una ley de términos grises y borrosos y de expresión balbuciente y atormentada”. El “ropaje decoroso y grato” es esencial en la ley. Esto no quiere decir -sigue razonando don Nicolás- que el legislador deba imitar al escritor porque “si el poeta o el novelista pueden incurrir en ripios o amontonar adjetivos, el legislador ha de ser parco ya que en la ley no existe palabra ociosa y cualquiera que se emplee ha de ser pródiga en consecuencias” (todo esto lo cuento por lo menudo en mi libro “Juristas en la Segunda República”, Marcial Pons-Fundación Alfonso Martín Escudero, 2009).
Daba la casualidad que yo venía del Pleno del Parlamento europeo celebrado durante toda la semana en Estrasburgo donde justamente se había debatido sobre lo mismo: “legislar mejor”. Y allí tuve ocasión de decir que “nuestra prosa es muy confusa según puede advertir cualquiera que se acerque a la legislación europea. Olvidamos lo que ya enseñaba Pufendorf y es que las leyes generales deben ser pocas y su sentido ha de comprenderse correctamente. Por ello quienes las promulgan deben emplear toda la claridad que sea posible. Por su parte, Montesquieu insiste en que el lenguaje legal ha de ser preciso y conciso. Es decir, debemos evitar la palabrería esotérica, llena de neologismos y de injustificados préstamos lingüísticos porque genera una red maligna donde anidan las trampas y se asienta la arbitrariedad. Nosotros tratamos asuntos muy complejos pero es nuestra obligación hacerlos llegar a la ciudadanía de una forma comprensible y accesible. Es frecuente que los mismos profesionales del Derecho se desesperen ante nuestros textos. La buena prosa es la cortesía del legislador y una forma de demostrar su respeto al ciudadano”.
Pues bien, amontonando coincidencias, cuando vuelvo, en el viaje, releo las “Cartas marruecas” de José Cadalso, publicadas, como se sabe, en el último tercio del siglo XVIII, en cierta manera emparentadas con el estilo de las cartas “persas” del citado Montesquieu. Y allí, en la prosa de Cadalso, me encuentro con estas demoledoras palabras: “a medida que se han ido multiplicando los autores de la facultad de jurisprudencia se ha ido oscureciendo la Justicia. A este paso, tan peligroso me parece cualquier nuevo escritor de leyes como el infractor de ellas. Tanto delito es comentarlas como quebrantarlas”.
Viene todo ello a cuento porque estamos en un momento en que todo parece indicar que va a ser renovada nuestra legislación referida a la Administración local. En este blog ya han aparecido atinados comentarios a este o a aquel anuncio y yo mismo he tratado algún asunto como el referido al de la supresión de las juntas vecinales. Pues bien es por ello momento de oír estas reflexiones y abordar esa nueva legislación con pluma ordenada, bruñida y pulcra. Cuando, en los años ochenta, un grupo de colaboradores de Tomás Quadra, ministro a la sazón, hicimos la ley de bases de régimen local, todavía hoy vigente, pusimos algún esfuerzo para alcanzar ese objetivo de claridad e incluso encomendamos a un prestigioso catedrático de historia del derecho la redacción de una exposición de motivos que salió muy académica y documentada. Es posible que nuestros esfuerzos no se vieran coronados con el éxito y que introdujéramos en nuestra obra muchos atropellos pero nuestro designio al menos fue tanto la búsqueda de la palabra exacta como el respeto a la sintaxis. Ahora, la producción legislativa se hace de manera un poco más atropellada, por eso es bueno que los viejos encendamos las alertas y así se ilumine el camino.
La Administración local lo merece.
Francisco Sosa Wagner
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