miércoles, 24 de octubre de 2012

Tobin Hood returns

Me he permitido tomar prestado este título de las películas de super héroes americanos que tanto éxito tienen en las carteleras de todo el mundo; y es que no lo puede evitar: cada vez que oigo hablar de la “tasa Tobin” me vienen a la memoria imágenes de las películas de Batman, Spiderman, Superman, etc.; que cada uno ponga al héroe que más le guste la cara de su ministro de economía preferido, o más odiado, y ya tendremos preparado el escenario del siguiente drama impositivo.
Hace tiempo expuse en esta misma ventana mi incredulidad respecto a los argumentos que se estaban empleando en los foros internacionales para alumbrar este nuevo impuesto, al inicio de la crisis, sobre un supuesto reequilibrio de los costes de la crisis. Como era de temer, cuando los políticos (de todos los colores) detectan una nueva vía para gravar a los contribuyentes, se lanzan a por ella sin dudarlo y, conforme se refuerzan los argumentos entre ellos mismos, el nuevo impuesto termina cobrando vida sin que nadie sea capaz de eliminarlo: llega para quedarse, y difícilmente desaparecerá.
He comentado en otras ocasiones que el problema de España es el gasto público, no los ingresos, y que las autoridades de los múltiples niveles de la pesada administración que sufragamos deberían hacer un ejercicio de limpieza presupuestaria, como cualquier empresa en quiebra, para ver qué gastos son necesarios y cuáles prescindibles; nuestro problema es muy parecido al de Francia, Italia, Alemania, Grecia, etc.: exceso de gasto. Pero como atacar la verdadera causa de los problemas produce descontento entre los contribuyentes, todos los políticos aplican su creatividad impositiva, que es mucha, a buscar nuevos filones sin explotar.
En este caso, los países del G-20 adoptaron en 2008 el acuerdo de promover gravámenes que pesaran sobre los movimientos especulativos de capitales. En sí misma, la frase anterior merecería un análisis pormenorizado, porque no tiene desperdicio, pero ciñéndonos al espacio disponible, lo dejaremos para otra ocasión. Hoy basta con algún comentario acerca de lo que en teoría se propone.
Parece que en Bruselas están pensando en gravar con un 0,1% la compraventa de acciones y bonos, y con un 0,01% las operaciones con derivados; en Francia, que en cuestión de impuestos lleva una apreciable ventaja al resto de países, la tasa es el 0,2% sobre las operaciones en bolsa; nuestro Gobierno está pensando en una tasa semejante a la francesa.
La operativa de los mercados impide separar tiburones y especuladores, de ahorradores “buenos” (para distinguirlos del otro subgrupo), así que cuando se instale la tasa, grabará a todos, buenos y malos. ¿Por qué entonces se mantiene la ficción de una hipotética penalización a los especuladores? Que no nos engañen, se trata de un impuesto más, para recaudar donde se pueda e intentar de ese modo cerrar los tremendos déficits presupuestarios de los países. Pero tiene la misma justificación que gravar el tabaco o las bebidas de cierto nivel de alcohol, ninguno: se cobra donde se puede y el contribuyente no tiene escapatoria, y luego se explica que es para compensar el hipotético gasto que las consecuencias de ese consumo tienen sobre las arcas públicas, o el coste de la crisis, si se trata de la tasa Tobin.
Otra cuestión interesante es la relativa inocencia que en teoría muestran los políticos cuando opinan que la tasa la pagarán los bancos; en la medida que la competencia lo permita, se pasará al precio de las operaciones en bolsa, y por tanto lo pagarán los particulares ya sea directamente cuando operen ellos mismos, o indirectamente si invierten en fondos de inversión, pensiones, seguros, etc. porque todas esas figuras lo estarán soportando en su actividad cotidiana y, por tanto, lo repercutirán en los costes de gestión.
Otro aspecto relevante del nuevo impuesto es que no todos los países van a aplicarlo, al menos ahora, especialmente Gran Bretaña; esta circunstancia añade un aspecto interesante a la decisión: como no parece probable que se frene el proceso de interconexión de los mercados financieros, ni el crecimiento de algunas entidades financieras a tamaños europeos y mundiales, en ese entorno hay un aliciente claro para derivar las operaciones hacia donde sea más barato, como por ejemplo Londres, que intenta mantener su posición preeminente en el mercado financiero mundial. Así que los sistemas fiscales de los países más voraces deberán inventar barreras que impidan la evasión, que en este caso sería legal: si se puede abrir cuentas en cualquier país europeo, si los capitales pueden fluir libremente entre todos ellos, ¿por qué no lo van a hacer las operaciones bursátiles?
En esta misma línea de pensamiento, las empresas que deseen ampliar capital, o las que por primera vez deseen salir a los mercados, ¿por qué deberían hacerlo en los países donde venían actuando hasta ahora, los suyos de origen, si puede ser más barato que sus acciones coticen en mercados exentos de la tasa?
A alguien puede parecerle excesiva esta oposición a una tasa tan pequeña como la que en teoría se está pensando, pero no nos equivoquemos: la experiencia demuestra que cada vez que nace un impuesto, sólo hay una evolución posible, aumentar; por tanto, si los gobiernos siguen gastando cientos de millones de euros más de lo que recaudan… aumentarán la tasa Tobin.
Tomás García Montes

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