jueves, 31 de enero de 2013

Cambiar todos

Frecuentemente se acusa a los políticos de ser “lo peor”. Son, al decir de las encuestas de los institutos demoscópicos, el  tercer problema más importante según los ciudadanos(véase por ejemplo el siguiente artículo)  
La primera pregunta que surge es: ¿cómo es posible que los políticos sean un problema? ¿No deberían ser una solución? En el trasfondo se considera que los políticos son los culpables de que las cosas sean como son, de que vayan tan mal, pero no sólo porque no sepan afrontar los problemas (que probablemente y dicho con todos los respetos, no saben), sino porque se les considera esencialmente deshonestos y en el sentir colectivo flota en el ambiente que se las llevan todas. Tanto como para lo malo, ya que se llevan muchas bofetadas, como para lo bueno para ellos, ya que en compensación ya se procuran unas buenas prebendas, inalcanzables para el resto de los mortales. Dame pan y dime tonto, ya se sabe.
Pero no quería enfocar este el comentario por los privilegios con que se regalan a sí mismo los políticos, que no hay que ver más que las condiciones de jubilación de los parlamentarios nacionales verbigracia (el amor empieza por uno mismo). Quería incidir en un aspecto que frecuentemente se olvida y es que esos mismos probablemente con toda la razón denostados políticos, no son más que una representación de la sociedad. Si hay políticos honrados, deshonestos, bandarras, inútiles, listos, trabajadores o escaqueadores, los hay en la medida que, en la misma proporción, hay ciudadanos así.
Es frecuente que en muchos círculos, se despotrique de los políticos. Como se deduce, no seré yo quien les defienda en general de muchas de sus impresentables acciones y omisiones (que se defiendan solos que para eso deben al menos que saber argumentar).  Porque ciertamente en muchos casos se aprovechan del cargo todo lo que pueden -toma el dinero y corre, como la película de W. Allen-  y además, en una gran parte, tienen una preparación manifiestamente mejorable. Hay muchos y renombrados casos en los que no consta que ni siquiera fueran capaces de pasar de primero de carrera, de cualquier carrera. Y no hay nada más peligroso que un ignorante puesto a tomas decisiones, más si simplemente se ayuda de unasesorcete tan ignorante como él o quizás tan listo como para hacer lo necesario para mantenerse en su cargo pese a lo que sea. Grave es que en muchas ocasiones se dispongan a regular cosas, importantes parcelas de la actividad humana, y ni siquiera hayan leído el Título Preliminar del Código Civil. El mayor atributo que les adorna es normalmente ser un lealfuncionario del partido equis, haber cundido mucho por el partido, haber hecho bulto en todas partes donde le llamase el jefe o hacer la clac y la pelota adecuadamente y con estilo, es decir haciéndola pero sin que se note demasiado. Finalmente es premiado por su lealtad, nunca se cuestiona su competencia profesional o preparación intelectual. Así surgen leyes como la de la patada en la puerta. Es como ponerse en manos de un supuesto cirujano que nunca ha visto un bisturí ni sabe lo que es una gasa. Un peligro público.
Por lo tanto, como tantos otros han dicho ya, no sé como, pero se debería exigir un mínimo de preparación para ejercer política. Ésta es el arte de tomar decisiones que afectan a la colectividad de entre diversas alternativas que previamente hay que comprender y valorar. Un médico cuando receta a un enfermo aplica su conocimiento valorando adecuadamente el coste-beneficio y sabiendo que siempre que prescribe algo, existen efectos secundarios, sabiendo cuáles son y decide –con conocimiento de causa- si merece la pena correr esos riesgos. Pero muchos políticos ¿hacen lo mismo? Me temo que no.
Por lo tanto, ciertamente, hay que exigir un cambio radical por parte de los políticos, una regeneración democrática que promueva al poder gente honrada y además un poco preparada, concepto que subyace  en el aire y que es necesario concretar en actos. Al mismo tiempo, es necesario hacer algo aun más difícil, hace falta un cambio radical de todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos. Los políticos no son ni mejores ni peores que nosotros. Cuando ese círculo de gente al que antes aludía puede proseguir con sus diatribas, se puede razonar que ciertamente muchos políticos se aprovechan descaradamente del cargo, cuando no incurren en tipos penales. Pero si reflexionamos acerca de cuál sería el comportamiento de uno mismo en su situación,  ¿es que en esta sociedad el que puede no se escabulle de pagar algo en renta si barrunta que no le van a pillar? ¿O no paga directamente y sin factura a un gremio equis para ahorrarse el IVA?  ¿o se salta un semáforo? Los políticos no son más que una representación de la sociedad. Probablemente hay la misma proporción de políticos inútiles y corruptos que de ciudadanos inútiles y corruptos. Por eso es preciso un giro de ciento ochenta grados no sólo de los políticos sino de todos nosotros. Quizás en ese momento empiece a cambiar la sociedad en su conjunto.
Y por eso soy sumamente pesimista. No veo posible ni factible en nuestra sociedad hispana que se actúe en gran medida de un modo éticamente correcto desde la interiorización de lo correcto de los comportamientos. Una gran parte de la sociedad si puede, defrauda a Hacienda, circula a mayor velocidad de la permitida, molesta con ruidos a los vecinos, echa papeles al suelo o fuma en el ascensor. Hasta que no nos convenzamos desde el interior de que es necesario respetar las normas a toda costa, a pesar de que no haya sanción e incluso revisar lo ético o no de nuestras acciones a pesar de que puedan ser legales (lo que implica cierto grado de compromiso con uno mismo), esto no cambiará, estaremos abocados a ser la cola de Europa en casi todo.
Se cuenta que un trabajador de una firma de una conocida marca de automóviles en Suecia llegó un día con su automóvil a la fábrica muy temprano y en vez de aparcar en la puerta, aparcó en un extremo del aparcamiento. Cuando fue a entrar, el encargado del control de entrada, que vio todo, le preguntó que si llegaba tan pronto por qué aparcaba tan lejos. Éste contestó que porque los que por causas sobrevenidas vinieran después vendrían con prisa y si tenían libres las plazas más cercanas a la puerta podrían incorporarse antes a su puesto. Toda una parábola. Aquí en el sur, lo primero que pensaríamos es que ese ciudadano era un poco lelo.

Ignacio Pérez Sarrión


No hay comentarios:

Publicar un comentario