Dicen en EEUU que quien se defiende a si mismo tiene por cliente un tonto. Yo no diría tanto pero resultaría imprudente olvidarse de que las visiones parciales e interesadas obnubilan la razón, por la humana tendencia a imponer su punto de vista por encima de las reglas de juego procesal, que el común de los ciudadanos no entiende y se negará a comprender.
La ofuscación no es el mejor camino para la victoria judicial, y no hay mejor “cámara de enfriamiento” que exponer el caso a un profesional y que éste lo examine con serenidad y realismo y sepa desvelarle e incluso convencerle de algunas verdades amargas como medicinas pero que curan: que a veces una retirada es una victoria; que quizás no merece la pena luchar por el fuero en vez de por el huevo; que las ruedas de las leyes pueden no ir por la misma senda que las de la justicia; que quizás el desenlace del litigio pondrá en las espaldas del cliente en vez de uno, dos o mas problemas…; en fin, que la opinión de un tercero nunca daña y solo puede beneficiar, y sobre todo, depositar la defensa judicial en otra persona, será garantía de alivio y tranquilidad mental.
1.El caso límite sería el de los abogados que se defienden a sí mismos y se enfrentan en los Tribunales, siendo el caso mas llamativo el notorio litigio de divorcio del matrimonio Kavanagh, conocido en el foro judicial del Reino Unido como “caso Kavanagh contra Kavanagh”, en que dos adinerados y prestigiosos abogados mantuvieron un litigio de divorcio por cinco años. Cada uno defendía su propia posición y para afrontar los gastos y consecuencias del proceso tuvieron que vender su propia residencia (valorada en casi 3 millones de libras) y gastar un millón más; y por su soberbia, consiguieron arruinarse en su prestigio y economía.
2. Ahora bien, en otras ocasiones el ciudadano no se defiende a sí mismo pero pretende convertir a su abogado en una marioneta sin voz propia. Y las consecuencias pueden ser igualmente funestas.
No me refiero al caso de quien se ve envuelto en un litigio e intenta agotar todo resquicio de defensa. Para el cliente es “su” caso; para el abogado es “un” caso. Esa diferente perspectiva es lo que marca la distancia o desencuentro entre ambos.
Me refiero al cliente acosador, entendiendo por tal aquél que por un lado está siempre insatisfecho con las explicaciones y atención que le brinda su abogado. Y por otro lado, dispone de tiempo y dedica todas sus energías a remitirle papeles, telefonearle, enviarle correos electrónicos, sugerirle pruebas y contarle mil ocurrencias extravagantes. El resultado es un hostigamiento inaceptable humana ni profesionalmente.
3. Admito que entra dentro del sueldo del abogado, como del confesor, escuchar pacientemente al cliente para comprender y poder defender mejor sus intereses. No hay duda que todo abogado tiene un deber de atención personalizada, de empatizar con su cliente y sobre todo estar accesible para explicarle el desarrollo del litigio. El abogado no debe olvidar que un ciudadano no suele litigar por capricho y que la zozobra es difícil de calmar.
Pero llega un momento en que el cliente olvida:
- Que el experto en derecho es el abogado (no el cliente, ni un amigo del cliente, ni google).
- Que el abogado está del lado del cliente (no es el enemigo)
- Que el ritmo de los pleitos depende de las reglas procesales o del juez ( no del abogado, ni del procurador, ni de insistir)
- Que el tiempo de un letrado vale dinero ( no está el abogado a tiempo completo al servicio del cliente).
- Que el abogado no es un mercenario ni un esclavo ni un familiar ( sino un profesional).
- Que llega un momento que el asunto tomado por el abogado con entusiasmo, por sobrecarga puede tomar el camino de la náusea y rechazo.
No imagino a un enfermo telefoneando o enviando emails al cirujano de corazón para decirle por donde debe cortar, qué tratamiento seguir o enviándole artículos de revistas médicas. Sin embargo, parece que la abogacía se presta a ello. Nada mas triste que un abogado llevando un pleito con desgana, hastío y desilusión, pues siempre se traduce en la contienda y quizás es la “crónica de una derrota anunciada”.
4. Es curioso pero hay demandas que muestran gran brillantez en su contenido pero súbitamente ofrecen turbulencias que recuerdan los palimpsestos, mezclando expresiones jurídicas con alegatos disparatados que parecen demostrar un doble desahogo: el del cliente que pone voz propia a lo que siente sobre el litigio, y el de su abogado que lo mete en la demanda para acallarle.
5. El problema de ese “cliente acosador” radica en su congénita insatisfacción. Si el pleito se ganó, fue pese a su abogado, y debido a sus sugerencias como cliente; si el pleito se perdió, fue debido a su abogado, por no haber tomado en consideración sus consejos. El desencuentro continuará al pagar los honorarios pues le parecerán inmerecidos y excesivos en todo caso.
6. En fin, creo que la división del trabajo, la especialización y el principio de confianza deben inspirar estas relaciones entre cliente y abogado. Y si el cliente no lo entiende así, debe elegir otro abogado. Y si el abogado no es capaz de generar esa confianza el cliente, debe rechazarle. En fin, se imponen actitudes nobles ( que como se decía en la Universidad de Salamanca, “«Quod natura non dat, Salmantica non præstat» ). En el cliente, el clásico “conócete a ti mismo” y un ejercicio de sana autocontención; en el abogado, una elegante habilidad para dejar claras las reglas del juego y los roles desde el primer momento. En ambos casos, como decía una frase de cierto gobernante: “sin acritud”.
No es fácil. Lo admito.
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