Casi todos los líderes de los partidos utilizan últimamente esta bonita expresión, alusiva probablemente a la imperiosa e inaplazable necesidad de adoptar medidas para lograr acabar con la corrupción generalizada en el funcionamiento de las instituciones y retomar la honradez política, entendida ésta como aquella conducta personal de los representantes políticos que, simplemente, se limitan a ejercer la política pensando tan sólo en el bien general ciudadano y por consiguiente, proscribiendo toda acción que procure un beneficio personal para sí o para el entorno próximo.
El regeneracionismo, si bien es un término acuñado en el siglo XIX, hace referencia hoy pues a la necesidad de “volver” a la imperativa toma en consideración de criterios morales como motivación de las acciones políticas, desterrando cualquier posibilidad de corrupción. Lo que llevaría a la sociedad a “volver” a supuesta Arcadia feliz.
Esto, que en lenguaje coloquial todos podemos entender, tiene la obvia dificultad de ser traducido a la práctica. Vale. Si el líder promete regeneración, ¿qué cosas concretas está proponiendo? Básicamente dos:
- Ser buenos.
- Aprobar leyes, decretos órdenes, códigos éticos, normas de comportamiento que sin ir muy lejos enseguida se demuestra que son humo.
Difícil misión porque gran parte de la ciudadanía está de vuelta de todo. Y esa parte descreída, que cada vez es más numerosa, escucha el runrún de esa verborrea política como si fuera el zumbido de un moscardón, sin creerse probablemente una palabra.
Caemos con una rapidez inusitada en la tentación de normativizar, creyendo que por el simple hecho de que exista una norma ya está solucionado el problema. En otra ocasión haremos un breve comentario sobre la Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno que ha pretendido dar un gran paso adelante en materia de limpieza.
Recomendable es el excelente artículo de Luis Gómez publicado en El País de 16/4/2014 bajo el sugerente título “La delgada línea entre regalo y soborno” que puede leerse en http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/04/16/actualidad/1397675250_417490.html. Mantiene la tesis el articulista que es inútil creer que la respuesta a la corrupción es aprobar decenas de códigos éticos puesto que no se establecen adecuados mecanismos de control, “… operaciones de marketing. …una oleada de regeneracionismo sin voluntad real de aplicar medidas contundentes”.
Tras ya casi cuarenta años de democracia, la “generosidad” política no ha sido precisamente una práctica habitual y no ha existido verdadera voluntad de luchar contra toda una suerte de prácticas indeseables. Siempre priman los intereses cortoplacistas cuando no hay que tapar alguna vergüenzas de colegas que se han podido exceder, y que hay que desactivar, para que el zumo que sale cuando estalla la pieza de fruta no salpique demasiado. Ya se sabe que las manchas de fruta no salen cuando el tejido se ha secado.
Así pues convendría que cuando nuestros políticos emplean términos como “regeneracionismo” expliquen primero a qué se refieren y acto seguido concreten, como les gusta decir, negro sobre blanco, en cosas creíbles, teniendo en cuenta que la ingenuidad de la población es cada vez menor.
Porque tantos filesas, gürteles, eres andaluces, palaus, marbellas, tresypicos catalanes etc, etc, nos han hecho como diría el poeta un poco más tristes y sin duda bastante duros de mollera. Y sintiendo tener que expresar este pesimismo cuasi estructural, no exento de cierta dosis de cierta esperanza, nadie va a creer fácilmente que estas prácticas acabarán, más cuando la justicia es más lenta que el caballo del malo y como alguien dijo, que una justicia tan lenta, no es justicia. Máxime cuando muchos de los que han dejado esto como un solar finalmente no llegan a sufrir consecuencias apreciables. Esto sin hacer referencia a todas esas corruptelillas que, sin ser muy perspicaces podemos ver en entornos cercanos.
Recomponer (¿o regenerar?) el comportamiento político sólo se puede hacer bajo dos premisas ineludibles:
a) A medio plazo es el fomento de los valores, la cultura y la educación, lo que provocará un cambio de conductas.
b) A corto plazo es imprescindible establecer normas, pero normas que tipifiquen infracciones y sanciones de forma ejemplar y realista y establezcan mecanismos rápidos de reacción.
A nadie se le escapa que una de las razones del espectacular descenso de los accidentes de tráfico es el establecimiento del carnet por puntos. Pues bien, ya que a los políticos no se les exige más examen que el de las urnas para ejercer (y sin embargo ejercen en muchas ocasiones una responsabilidad mayor que conducir un vehículo) no estaría mal establecer una especie de carnet por puntos político, de tal suerte que a medida que se fuesen detectando comportamientos indignos, una vez graduados éstos, se fueran perdiendo, pudiendo enviar a su casa al interfecto caso de perder todos.
Como recuerda G. Fatás en “El pensamiento y la obra de Joaquín Costa”, (http://www.eumed.net/ce/2004/efc-jcosta2.pdf), éste ya proponía la “”Renovación del liberalismo abstracto y legalista imperante, que ha mirado no más a crear y garantizar las libertades públicas con el instrumento ilusorio de la Gaceta… sustituyéndolo por un neoliberalismo orgánico, ético y sustantivo, que atienda a crear y alianzar dichas libertades con actos personales de los gobernantes principalmente, dirigidos a reprimir con mano de hierro y sin tregua a caciques y oligarcas” No obstante hoy Joaquín Costa probablemente se seguiría dando cabezazos contra la pared.
Ignacio Pérez Sarrión
No hay comentarios:
Publicar un comentario