En este país nadie tiene responsabilidades personales. El problema siempre es culpa de otro. Da igual que se trate de ciudadanos frente a la Administración, de una Administración con respecto a otras, o de los empleados de la propia Administración con respecto a esa misma Administración. Es indiferente a qué nivel hablemos. Una señora que ha pasado mil veces por el mismo sitio, tropezará con un levísimo rebaje de un centímetro de una alcantarilla, se dislocará un tobillo y demostrará que estaba mal puesta y el Ayuntamiento deberá pagar una jugosa indemnización a la susodicha que, lejos de asumir al menos en parte su torpeza, acusará con el dedo en forma de cañón pistolero al Ayuntamiento por su impresentable e intolerable desidia. Ya se sabe, responsabilidad objetiva. A pagar.
El problema de la asunción personal individual de responsabilidad es sin duda uno de los factores de la escasísima productividad hispana y de nuestro flagrante fracaso económico, aunque es un tema del que no se suele hablar apenas. En realidad (dicho sea generalizando mucho) el individuo no siente que forma parte de un colectivo, una comunidad o una organización, se siente como un factor anónimo y productivo que es explotado y por lo tanto, emplea mecanismos de defensa en forma de eso que coloquialmente llamamos escaqueo. Un amigo decía en broma “hago como que trabajo y ellos hacen como que me pagan”. Y tampoco es que exista una grave sanción social hacia el espabilao, a veces hasta se le aplaude, porque demuestra que es muy listo. Al fin y al cabo en las Administraciones cuando alguien echa continuamente las culpas a otro de sus errores, abusa de las bajas, pasa de sus tareas, se enfrenta a compañeros o vecinos, crea mal ambiente o hace las cosas mal, o directamente no las hace, no pasa nada o no suele pasar nada. Un informe leído esta semana señalaba que España posee un índice de productividad de los más bajos de Europa. No sé cómo se mide ese parámetro macroeconómico, pero la conclusión era que empleamos un montón de horas para nada con un resultado –en eficiencia- obviamente penoso. Porque si algo no sale o sale mal es seguramente porque alguien se ha escaqueado o si se ha hecho y no se ha hecho bien, porque hay alguien ajeno que no ha hecho lo que debía. En la mili (en los tiempos de la leva obligatoria) había una técnica muy reconocida que era pasar lo más desapercibido posible como mejor modo de lograr un mejor escaqueo; y, por supuesto, nunca presentarse voluntario para nada: si uno se hacía el simpático, le caía el marrón con toda seguridad.
Es frecuente oír en el entorno laboral expresiones como a mí que me dices o yo no sé nada o incluso, socarrona y jocosamente, lo que se decía en la burocracia franquista, eso no es de mi negociado. Un empleado municipal decía el otro día, ante un problema que había surgido en la calle algo así como vaya lío os va a montar fulanito, como si la cosa no fuese con él. Hablaba en segunda persona del plural diciendo “os” en vez de “nos”. Es frecuente también que se llame a un Departamento específico de la Comunidad Autónoma en verano y que la persona que coja el teléfono (si es que tienes suerte) te diga que lo siente, que ese tema lo lleva su compañero/a y que está de vacaciones, que llame dentro de quince días que quizás esté ya. Mensaje: se siente, no es mi problema. Está claro que es necesario que se produzcan cambios en política macroeconómica, cambios como contención de salarios, reducción de gastos públicos y de impuestos, favorecimiento de trabas administrativas a la creación de empresas, etc. Esto se reclama desde muchos foros. Pero es total y absolutamente necesario también que se produzca un radical cambio de mentalidad laboral hacia una cultura del compromiso y de la responsabilidad. Debe promoverse, cada uno desde su propio interior y como problema propio, la parte de responsabilidad en el todo colectivo que es el país, porque todo influye en todo. Simplificando mucho, para los japoneses los problemas de la organización son problemas propios, la empresa es “su empresa”, patrimonializan su tarea.
Es tiempo pues no sólo de reclamar cambios políticos profundos, sino de que cambiemos un poco todos. Y podríamos empezar por emplear técnicas conductuales para la modificación de hábitos. Los psicólogos utilizan estas técnicas para resolver, por ejemplo, problemas de agorafobia. Si uno pontifica con expresiones como “la gente no se preocupa” está echando balones fuera. Pero si dice “la gente no nos preocupamos” esta, implícitamente aceptando una reflexión de (como diría Felipe González) aceptar su cuota-parte de responsabilidad en el problema. Y quizás así, con pequeñas acciones individuales, se puede obtener poco a poco un gran cambio colectivo. Porque no esperemos que toda solución a los problemas venga de fuera. En gran parte, somos dueños de nuestro destino. Ya sé que es muy socorrido y manido, pero digamos con John Kennedy aquello de “no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país.” Concluyendo, soy francamente pesimista. Para cambiar hábitos hace falta muchísimo tiempo y éstos se cambian además mediante una decisión personal. Consciente al principio, estableciendo un sistema propio de autodisciplina, hasta que el comportamiento queda internalizado. Por eso es importante que se pueda ir abriendo un debate sobre el tema y que todos los agentes sociales tengan en cuenta éste como uno de los factores importantes para una mejora sustancial de la situación económica del país.
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