Resulta asombrosa la capacidad de adaptación de la humanidad. La historia nunca se detiene y estamos siendo testigos de una aceleración tumultuosa. Llevábamos años hablando de la globalización y sus efectos para que, de repente, nos demos de bruces con ella. Una de las críticas más frecuentes que recibía el fenómeno globalizador era que acentuaría la diferencia económica entre los pobres y los ricos. No ha sido así. Por el contrario, la riqueza se ha redistribuido en mayor grado, de tal forma que los emergentes – China, India, Brasil, Turquía – consiguen crecimientos excepcionales, de los que no son ajenos el resto de Asia, gran parte de África y América Latina. Por supuesto que siguen las injusticias a combatir y superar, pero, sin ningún género de dudas, podemos decir que la globalización ha acercado las rentas de los habitantes de las distintas zonas del planeta y que no las ha alejado, como tanto nos temíamos.
La crisis global ha golpeado más a occidente que al resto del mundo. Habíamos utilizado durante demasiados años un andamiaje financiero que se ha venido al suelo con estrépito. La economía abierta y el diferencial de costos se han encargado de acelerar una convergencia que acaba de tener reflejo en la reunión del FMI. Occidente ha cedido cuota de poder a los países emergentes. El poder económico del mundo se reparte, y eso tendrá consecuencias duraderas. Ya veremos qué dirección toman en estos momentos de perplejidad y zozobra.
Decíamos que ese crecimiento que beneficia a gran parte del planeta no nos está llegando. Al menos a los países PIGS europeos, la madre que parió al dichoso inventor de la bromita del nombre. Toda Europa ha decidido optar por la línea de recortes duros, y España no podía ser la excepción. De ahí la rebaja de sueldos de funcionarios – algo no conocido ni siquiera en los duros años de las posguerra -, o la sensación de práctica bancarrota que padecen un número creciente de ayuntamientos. Esa realidad no tendrá solución ni fácil ni rápida, por lo que los munícipes tendrán que prepararse a sufrir. Dado que el Estado tiene sus propios problemas de déficits no podrá ser el salvador por el que suspiran tantos alcaldes atribulados. Los ayuntamientos aún tienen una dura senda de recortes por delante, a la espera de que acordemos un nuevo modelo de financiación – que no será a corto plazo – o a que la economía se reactive – que no tenemos ni la menor idea de cuándo será.
Miramos al mundo y vemos que crece a velocidades de dos dígitos, pero acercamos la mirada a nuestro ayuntamiento y comprobamos con espanto que no puede ni pagar la nómina del mes. ¿Qué ha pasado? Pues mientras alguien nos lo explica – siempre hay por ahí un economista avispado que vale tanto para un roto como para un descosío – observamos un fenómeno que aún nos preocupa más. Se está generando una importante corriente de opinión pública que arremete contra las autonomías y, de soslayo, contra los ayuntamientos. Consideran a estas administraciones periféricas como derrochadoras e irresponsables, y reclaman un retorno de competencias para una supuesta mejor gestión centralizada. No comparto esta opinión en su conjunto. Es cierto que las autonomías y algunos ayuntamientos han cometido excesos que deben ahora purgar, pero también es verdad que el principio descentralizador ha sido útil para el conjunto de España. Critiquemos con dureza los muchos errores que se han cometido, pero no reclamemos un paso atrás.
Pasan cosas y seguirán pasando. Por eso, debemos tener un ojo puesto en las alturas del FMI y otra en nuestra realidad municipal cotidiana. Los dos niveles nos darán sorpresas. Dicen los caminantes del desierto que la única fórmula que existe para no perderse ni tropezar por el camino es marchar pasito a paso mirando de vez en cuando a las estrellas. Pues eso. Avancemos con los pies sobre el suelo, pero sabiendo que en las alturas se están formando nuevas galaxias que condicionarán nuestra orientación y ruta. Esperemos que sea para bien.
Manuel Pimentel
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