Se nos llena la boca al hablar de nuevos modelos económicos, de la productividad de la sociedad del conocimiento, de nuestra competitividad en valor añadido y diseño, y luego se nos olvida algo tan obvio como es la necesidad de un buen sistema educativo. Sin la mejor educación, estamos condenados a retroceder frente a los afortunados que la disfrutan. Una obviedad… que sin embargo parecemos ignorar. No salimos precisamente bien parados del último informe sobre la educación mundial, conocido por su acrónimo de PISA. Seguimos por debajo de la media de la OCDE, lo que equivale a suspenso, para unos, estar instalados en la mediocridad para otros. El caso es que no marchamos bien, y que pagaremos por nuestro retraso. Nos distanciamos de los mejores, y las diferencias internas se agudizan también. Miramos a los listos de la clase y nos encontramos a los chinos, a los coreanos a los europeos y a EEUU. Es decir, a los países más competitivos y que más crecen. La educación es sinónimo de cultura y valores, pero también de riqueza. Y si esto es cierto, corremos el riesgo de quedarnos atrás en esta lucha darwiniana en la que se está convirtiendo el mundo. En nuestra propia casa también existe divergencia. Las alumnos de las regiones del norte están mejor formados que las del sur. ¿A quién le irá mejor en el futuro?
Y no será por leyes, no. Cada gobierno modifica la anterior para legar a la posteridad el no va más de la modernidad educativa, que caduca tras las siguientes elecciones. La eternidad efímera de los amores de verano que cantara Sabina, vamos. Supongo que tampoco andaremos tan mal de dineros empleados, ni por la calidad del profesorado. ¿Qué nos ocurre entonces? No tengo ni la menor idea, la verdad. Analizo con estupefacción nuestro retraso educativo con respecto a países como Polonia o Estonia – por no meter a Singapur o Corea – y no logro salir de mi asombro. ¿Por qué nos ganan? Desde luego, por presupuesto no. ¿Acaso los alumnos están más motivados para el estudio en otras latitudes? ¿Le exigen más los profesores? ¿Estamos nosotros más orientados hacia la equidad y los valores y ellos más hacia la excelencia académica? Seguro que a usted, lector, se le ocurren otras muchas preguntas que alguien debería contestar. Nos jugamos mucho en ello como para que quedaran sin respuesta.
Tiene razón nuestro nobel Vargas Llosa cuando predica desde la solemnidad de su galardón que sin buenos libros seríamos peores. Y sin buena educación, también. Pero, visto lo visto, podríamos añadirle que más pobres, también. El mundo compite desde el conocimiento y no se va a parar a esperarnos. Debemos actualizar aquel famoso lema, ¡Es la economía, estúpido! que popularizara un presidente americano por una afirmación todavía más rotunda y certera: Es la educación, ¡estúpido
Manuel Pimentel
Y no será por leyes, no. Cada gobierno modifica la anterior para legar a la posteridad el no va más de la modernidad educativa, que caduca tras las siguientes elecciones. La eternidad efímera de los amores de verano que cantara Sabina, vamos. Supongo que tampoco andaremos tan mal de dineros empleados, ni por la calidad del profesorado. ¿Qué nos ocurre entonces? No tengo ni la menor idea, la verdad. Analizo con estupefacción nuestro retraso educativo con respecto a países como Polonia o Estonia – por no meter a Singapur o Corea – y no logro salir de mi asombro. ¿Por qué nos ganan? Desde luego, por presupuesto no. ¿Acaso los alumnos están más motivados para el estudio en otras latitudes? ¿Le exigen más los profesores? ¿Estamos nosotros más orientados hacia la equidad y los valores y ellos más hacia la excelencia académica? Seguro que a usted, lector, se le ocurren otras muchas preguntas que alguien debería contestar. Nos jugamos mucho en ello como para que quedaran sin respuesta.
Tiene razón nuestro nobel Vargas Llosa cuando predica desde la solemnidad de su galardón que sin buenos libros seríamos peores. Y sin buena educación, también. Pero, visto lo visto, podríamos añadirle que más pobres, también. El mundo compite desde el conocimiento y no se va a parar a esperarnos. Debemos actualizar aquel famoso lema, ¡Es la economía, estúpido! que popularizara un presidente americano por una afirmación todavía más rotunda y certera: Es la educación, ¡estúpido
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