Como todos los ciudadanos-electores recibo estos días la ingente, incómoda y abrumadora cantidad de cartas que casi todos los partidos que aspiran a algún escaño nos envían estos días a casa. Suele comprender una carta del líder de la cosa, muy estudiadamente redactada para dar cierto aire de familiaridad y complicidad, o sea, para que le veamos cercano, colega y por otra parte respetuoso y serio en algunas ideas clave o ideas-fuerza que decidieron utilizar como principal argumento electoral (por cierto, dispendio que pagamos todos con cargo a los PGE). No es que tampoco animen a que uno vaya a la web a estudiar su programa; leer de primera mano las propuestas del partido equis ya sería la repera.Lo que me sorprende de toda esta propaganda, que con toda probabilidad va a ir a parar al archivo vertical, léase papelera en un brevísimo espacio de tiempo, es que sale el logo del partido, el susodicho líder con foto incluida y aparece su firma (lo que podremos utilizar en grafología para desvelar bastantes aspectos que nos ocultan). A la carta adjuntan las papeletas de los candidatos que se presentan por la circunscripción electoral, tanto las del Congreso como las del Senado, éstas, por supuesto premarcadas para facilitar el hecho en sí de votar.
Con suerte, el tan sólo cada cuatro años buscado elector, abre la carta y se le ocurre leer las papeletas e inmediatamente se pregunta, ¿pero quiénes son estos señores/as? Ni idea. Alguno suena porque ha estado ya de portavoz de alguna cosa e incluso es concejal y además quiere acumular un cargo en Madrid (probablemente dimitirá como concejal) pero el resto, ni le suena siquiera levemente.
Y bien, llega el día de las elecciones y el elector Nicanor deposita su voto, buen ciudadano. Realmente ha votado a un partido, a un líder y a una (supuesta) idea pero sigue desconociendo quiénes son los que figuran en la lista. He hecho un ejercicio con algún amigo: le he preguntado en reiteradas elecciones anteriores si podría citar a un par de diputados de su provincia. Con suerte ha recordado a uno. Conclusión: se vota a no-se-sabe-quien. Se vota, en definitiva para hacer mayoría, o lo que es lo mismo, para hacer bulto.
Los siguientes cuatro años, el feliz diputado se pasará gran parte de la semana en Madrid, en el Ave y con un i-Pad pagado por todos; tendrá como misión pulsar un botón y aplaudir o abuchear cuando le digan. Previamente ha recibido instrucciones de su grupo: a esto se dice que sí, a aquello que no, a eso otro, abstención. En lo de más allá, mejor ni vayas. Algún diputado o parlamentario ni siquiera tomará la palabra ni una sola vez en esos cuatro años, se limitará a lo dicho, a hacer bulto y apretar un botón cuando toque. Si el afortunado consigue estar más de siete años hasta tendrá una pensión. Así, no es de extrañar las puñaladas que se dan los correligionarios dentro de los partidos. Alguien decía eso de que hay amigos, enemigos y compañeros de partido.
Al cabo de un par de meses se podrá preguntar a cualquier votante a quién ha dado su confianza y éste sabrá decir el partido y el líder, pero no tendrá ni idea de las personas. Son diputados-florero que van a sumar nada más.
Curiosa es la idea que alguien lanzó en internet y que circula estos días para que nadie marque la cruz en el voto al Senado. Haciendo política-ficción al estilo Saramago en su novela Ensayo sobre la lucidez, ¿qué ocurriría? Es imprevisible, pero quizás los partidos entonces se tomaran en serio la necesidad de una reforma constitucional en profundidad. La idea en sí es atractiva, aunque obviamente parece que no es seguramente la mejor forma de solucionar el problema de una Cámara de segunda lectura con muy escasa virtualidad.
Lo que muchos nos planteamos a menudo es si no sería mejor enviar a Madrid en vez de a 350 diputados, a veinte o treinta como mucho y si es necesario otorgarles un voto ponderado. Nos ahorraríamos un dineral en sueldos, despachos, asesores, comunicaciones, viajes, etc, etc de personas que se limitan a cumplir órdenes de los oligarcas del partido. Cuando la Constitución dice eso de que los miembros de la Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo es una completa falacia: lo están totalmente a las instrucciones del partido. Ya dijo un veterano político que el que se mueve no sale en la foto.
Ignacio Pérez Sarrión
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