Normalmente, contraponemos esas políticas expansivas con las supuestamente restrictivas europeas. Y bien decimos sólo supuestamente, porque basta con analizar el balance del Banco Central de Europa para comprobar cómo ha multiplicado extraordinariamente su pasivo, con dinero consumido por los programas de liquidez de la banca europea – es cierto que parte de este dinero se está recuperando – y para cubrir el costo de los rescates a los sucesivos países que caen en la feroz crisis que padecemos. Por tanto, aunque no lo digamos, la Europa enferma también vive de las transfusiones de dinero fresco que le realiza su Banco Central.
A pesar de la evidencia de que las antiguas zonas ricas – EEUU, Europa y Japón – presentan síntomas evidentes de agotamiento de sus modelos económicos y de la certeza de que precisan de la respiración asistida del dinero-manantial de sus bancos emisores, nadie pone en cuarentena su posible inviabilidad. Nos creemos que se trata tan sólo de un pequeño catarro que se puede curar con la aspirina del dinero fácil. Eminentes economistas claman porque se cree más y más dinero, afirmando que una inflación alta es el único antídoto para diluir los enormes sobreendeudamientos que nos atenazan. Poco a poco, las teorías expansivas van ganando adeptos por lo que es de esperar que también Europa vaya decantándose en esa línea. ¿Podremos aguantar un euro sobrevalorado por la devaluación que las expansiones americanas y japonesas ocasionan con sus expansiones? Probablemente no, ya que nuestras exportaciones – única vía posible de recuperación que se nos ofrece – se resentirían gravemente. ¿Aguantarán nuestros ciudadanos durante mucho más tiempo políticas de ajuste, o exigirán a sus gobernantes que se alivien y comiencen a imprimir dinerito fresco que palie nuestra ansiedad? Seguramente, a medio plazo, bien sea de forma abierta, o semioculta como hasta ahora, nos apuntaremos a la orgía de la maquinita de hacer dinero, confiando en la alquimia sanadora de la santa inflación, demonizada hasta ayer, hoy honrada con sus pompas y sus obras.
Y si este pronóstico se cumpliera… ¿qué ocurriría? Nunca, jamás, habrán coincidido tantas expansiones monetarias simultáneamente. Un infinito océano de dinero se cerniría sobre nosotros, sin que llegáramos a saber hacia dónde puede encaminar su caudal, que podría convertirse en una feroz y despiadada avenida. La madre de todas las burbujas se está inflando ante nuestras narices, entre el regocijo y aplauso de sabios, políticos y ciudadanos, que claman porque el Estado gaste más y más, sin límite ni medida. Probablemente algo parecido pensaron los próceres del Imperio Romano cuando sus arcas vacías le impedían mantener el ornato y la seguridad de su Estado anquilosado. Y terminaron como terminaron.
Pues en eso estamos y ya veremos por dónde termina esta historia que comienza a convertirse en pesadilla. ¿Hiperinflación? ¿Quiebras? ¿Quitas? ¿Recuperación económica? ¿Todo en mano de los chinos? ¿Un nuevo periodo de éxito occidental? Quién sabe. Lo único que sabemos es que vamos a ser testigos del experimento monetario inédito de crear dinero y más dinero pensando que ahí radica la clave de nuestra recuperación. Pobres. No podemos ni imaginarnos hoy, cómo será el mundo dentro de cinco años. Cosas veremos. Dispóngase a disfrutar del espectáculo desatado de la maquinita de hacer dinero. Tres, dos, uno… ¡acción!
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