martes, 30 de julio de 2013

La fiscalización del nunca jamás (I)

El debate en Europa acerca del futuro de la auditoría transcurre en lo imaginario derivado de la limitación en los auditores para crecer. Tal como en España, en donde el presidente  del Instituto de Censores Jurados de Cuentas (ICJCE) afirmó, que éste en sus 71 años de existencia “ha sabido evolucionar anticipándose a los cambios, defendiendo los intereses de los auditores” (entrevista Rafael Cámara, revista Auditores,  No. 19, junio 2013, p. 15), cuando más de 500 auditores debatieron en Zaragoza sobre las nuevas necesidades y desafíos en el reciente, V Congreso Nacional de Auditoría en el Sector Público, en donde se abordó, si ante la grave situación de las finanzas públicas, las instituciones de control han actuado con oportunidad e independencia; y se concluyó, “o se ponen al frente de las aspiraciones ciudadanas como instituciones que garanticen la transparencia y legalidad de la gestión o corren el riesgo de desaparecer” (revista Auditoría Pública, No. 59, abril 2013, p. 18).
Aunque, José Antonio Gonzalo, presidente del Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas, ICAC (organismo dependiente del Ministerio de Economía encargado de la supervisión de las auditorías) lo manifestó en forma similar, “la auditoría corre el riesgo de desaparecer si no se demuestra su interés social” (www.20minutos.es 09.09.2010) dos años antes, en su participación de la jornada organizada por la Cámara de Comptos sobre la supuesta ‘nueva’ ley de auditoría (que ha pretendido reforzar la independencia del auditor). Pero la advertencia se minimizó, e inclusive, se diluyó en el Congreso mencionado anteriormente, al afirmar que los organismos de control “cuentan con personal competente que está trabajando con honestidad y profesionalidad”, al mostrar el elogio zalamero que evade y oculta la problemática personal del auditor. Como otra de las conclusiones del X Encuentros Técnicos y V Foro Tecnológico de los Órganos Autonómicos de Control Externo (OCEX) que dice, “En los últimos tiempos están proliferando en los medios las noticias sobre procesos de corrupción. En éstas se siembran dudas sobre la actuación de los gestores públicos y de los propios órganos de control. Es necesaria una respuesta contundente y oportuna de los OCEX para rebatir o confirmar lo publicado, apoyando de esta manera el prestigio de los técnicos de los OCEX y su labor neutral e independiente”. Más, cómo no se van a sembrar dudas si el mismo pensamiento de la fiscalización genera incertidumbre y contradicción.
Al concluir en la citada reunión de los Encuentros Técnicos, “para lograr una mayor independencia sería deseable que los auditores pudieran mostrar su discrepancia profesional sobre los informes aprobados”. Un señalamiento grave, dado el reconocimiento  de diferencias entre el informe final y la opinión del auditor.
Y efectivamente, éste es un hecho que ha sucedido y sucede en las entidades de fiscalización. El auditor que practica una auditoría y elabora un informe final, no necesariamente se presenta éste tal cual, al auditado, al congreso, y a la sociedad. Y es lo que origina la discrecionalidad y opacidad, pero también la fuente de poder de los directivos y funcionarios (mandos superiores) de los órganos de control y fiscalización.
Por tal sinrazón resulta una ilusión, aunque podría más bien ser un engaño, que los enanos de la auditoría y fiscalización repitan una y otra vez, frases como: “La función de la auditoría es clave para garantizar la fiabilidad de la información financiera”; “la auditoría vela por el interés público”; “el auditor es un profesional que garantiza la transparencia y fiabilidad”; o, “el auditor es el guardián del mercado”, y muchas otras que se repiten incesantemente al grado de presentarse como la ‘verdad’. Avalada, en tanto, las conclusiones “fueron seleccionadas por el Comité Científico” del V Congreso (revista Auditoría Pública, No. 59, abril 2013, p.9), y los trabajos de los X Encuentros fueron presentados por profesionales de distintos Órganos de Control Externo y diversas universidades españolas. Pero en nombre de la ciencia se favorece el dogmatismo y la mentira, y los que ejercen la fiscalización, así como los académicos de la auditoría están ajenos a la crítica y reflexión.
O, no resulta contradictorio que se abogue por la participación ciudadana en las decisiones públicas y la accesibilidad de la misma y otras partes interesadas a la información, cuando el trabajo del auditor no es respetado.
O, insistir que la auditoría garantiza la fiabilidad y transparencia cuando es cada vez más frecuente auditorías que ocultan o no detectan la situación real en la entidad.
O, establecer en las leyes de auditoría y fiscalización que su actividad se rige por el interés público y social cuando su práctica se ejerce en la privacidad.
O, su búsqueda infructuosa de independencia, desde la declaración de Lima a la de México, y otras más, así como innumerables congresos, foros, jornadas, seminarios, y los recientes eventos en España que han coincidido nuevamente en reforzar la independencia, pero los auditores públicos sienten miedo de asumir plenamente su independencia y no se atreven a cruzar el Rubicón, y dirigirse hacia otra forma de pensar y hacer la fiscalización.
Porque resulta cómodo y arrullador aceptar o creer, la afirmación de Rafael Cámara “De los casi 70.000 informes anuales, podemos contar con los dedos de las manos situaciones en las que el auditor incumple sus obligaciones”. Luego lo anterior demostraría, el cumplimiento de las normas y el código de ética en el 99.86%. Por ello, el presidente del ICJCE reconoció que “se va satisfecho”. Y ante la pregunta, “Están dándose a conocer casos que cuestionan los trabajos del auditor, ¿cree que la calidad de los trabajos se ha deteriorado durante la crisis? Responde, No sólo creo que no, sino estoy convencido de todo lo contrario. Los auditores hemos hecho y hacemos nuestro trabajo muy bien”. O, Fernando Restoy, subgobernador del Banco de España, declaró “Debo decir que el trabajo de las auditorías ha sido muy satisfactorio” (Entrevista, revista Auditores, No. 18, noviembre 2012). Entonces:
¿Por qué se demanda a los órganos de control nuevas formas de actuación?
¿Por qué se concluye que los OCEX deben adoptar una posición más activa?
¿Por qué en los órganos de control la insensibilidad se ha convertido en un nuevo desafío?
CONTINUARÁ

Mario Alberto Gómez Maldonado

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