El cambio de año siempre nos hace un provocador guiño con el fin de que nos detengamos un segundo en la memoria de lo vivido y tratemos con ello de atisbar el horizonte al que nos conduce el sendero del tiempo. Y entre los recuerdos más explosivos que nos acompañarán como estudio los próximos meses están, a mi juicio, los conflictos que ofrecen las manifestaciones de lo que se acoge bajo el rótulo de la “economía colaborativa”. La asequible interconexión a tantas “aplicaciones” que recogen múltiples ofrecimientos y que nos llevan a la ilusión de que podemos conseguir lo que queremos cuando queramos.
Los más visibles problemas que se multiplican por las noticias son los generados por la empresa Uber. Como es conocido, a través de una asequible aplicación se puede disfrutar de un rápido servicio de transporte porque consigue poner en contacto a dispuestos conductores que realizarán el trayecto deseado. Nihil novum sub sole, esas prácticas de confluencia de intereses -de compartir coche, aprovechar viajes- son antiguas. Pero la multiplicación de las ofertas y su facilidad a través de un simple gesto con el teléfono agitan con fuerza la anterior actitud que se movía entre la indiferencia y el consentimiento. Reclama atención. Porque hay que distinguir y advertir si las conductas son ocasionales, si hay negocio y precios, si surgen riesgos, si se fomenta la economía sumergida… en fin, si los odres viejos son los adecuados para este nuevo vino que nos facilita el impulso tecnológico.
Los taxistas han presentado una firme oposición y, por el momento, han conseguido que un Juez de lo Mercantil de Madrid haya adoptado una razonada medida cautelarísima, por tanto sin audiencia de la empresa demanda, requiriendo el cese inmediato del servicio. Una interrupción que ha necesitado de la voluntad de la propia empresa, porque durante días demostró las dificultades que tiene en Internet levantar muros con el fin de bloquear un servicio. La volatilidad de los cambios de nombres de dominio y la fácil visión de todo el globo terráqueo para volver a localizar el servicio es una referencia que tendrían que tener en cuenta tantos responsables públicos apegados a unos delirios de poder soberano cuya fecha de caducidad ya ha pasado.
Es pues, la perspectiva de los taxistas, que apelan a la ilegalidad del servicio y a una competencia desleal, la que por el momento se ha levantado frente a Uber. Pero ello debe atraer otras reflexiones porque, como he dicho supra, quizás los viejos odres de una regulación cerrada no sean ya los adecuados a la apertura del mercado que facilita Internet. Y, de ahí, que nos debamos preguntar si no se había generado una compleja regulación para controlar los taxímetros y las tarifas; cómo se ha llegado al abusivo mercado de las licencias; a las diferencias normativas sobre el alquiler de taxis existentes en localidades limítrofes; o si realmente los taxis satisfacen ese “mínimo servicio público” que ha justificado durante décadas una regulación tan singular ante las experiencias que podemos vivir al llegar a una estación de tren sin ningún servicio o la imposibilidad de parar a un taxi en medio de una calle por exigir la Ordenanza local que sólo puedan iniciarse los servicios en las paradas señaladas.
Quizás el éxito inicial de Uber se haya elevado de las cenizas de un servicio que presentaba muestras de deficiencias y, de ahí, que uno de mis consejos a los taxistas sea que ellos entren en la facilidad que ofrece la tecnología, que encarguen su propia “aplicación”. No es aconsejable enrocarse en una tradicional posición y pensar que destruyendo las máquinas se detendrá su avance.
Y es que los taxistas cuentan ya con todos los elementos para prestar el servicio: vehículos que superan los controles, las licencias, los seguros… Porque el servicio de Uber abre varios interrogantes relativos a la protección de los usuarios: ¿cómo están los vehículos? ¿tiene el correspondiente carnet el conductor? ¿y los seguros exigidos? ¿serán sus tarifas abusivas o, por el contrario, a pérdidas para desplazar la competencia? ¿se satisfacen de manera correcta los tributos?
En todo caso, a mi juicio, uno de los elementos básicos que durante décadas ha permitido un régimen especial en el taxi, a saber, restringir el número de licencias, saltará por los aires. El poder público ha de admitir sus limitaciones a la hora de impedir la libre prestación de un servicio cuando se garantizan una mínima seguridad y los derechos de los usuarios. Muchas licencias, permisos y autorizaciones son ya ejemplos de la historia de la regulación pues hoy se generalizan las meras comunicaciones y declaraciones responsables para el ejercicio de actividades. El sector del transporte de viajeros puede incorporarse a esa nómina de declaraciones responsables, dejando para el recuerdo su régimen jurídico.
Todo se nos está deshaciendo en pasado, en polvo… que quizás nos muestra un sendero que debemos recorrer.
Mercedes Fuertes López
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