Durante la década de crecimiento económico que ha vivido nuestro  país, todos hemos demandado más a nuestros proveedores: más servicios,  prestaciones, calidad de vida, comunicaciones, bibliotecas, parques,  recogida de basura selectiva, alumbrado público, ludotecas, etc.; y como  los ingresos de las administraciones han aumentado en proporción al  auge económico (más licencias, obras, impuestos, tasas, etc.) se ha  configurado una situación de euforia muy difícil de mantener, como ha  pasado en todos los mercados (salarial –antes de la crisis-, vivienda,  materias primas, etc.) una situación de euforia sustentada en bases muy  débiles.
La deformación profesional me ha llevado a analizar las series  estadísticas del Banco de España, que son con las que más familiarizado  estoy, para comprobar el reflejo de esta euforia en el sistema  financiero: una parte considerable de los recursos para los nuevos  proyectos y servicios que han lanzado las corporaciones locales provenía  del sistema financiero; posiblemente muchos profesionales de ambos  sectores recuerden esos años tan especiales, en los que a la solicitud  de ofertas de créditos o préstamos para casi todos los ayuntamientos de  España, el sistema financiero respondía con ofertas muy agresivas, con  plazos muy largos, y diferenciales mínimos: ofertas por encima del  euribor más 0,10 puntos de diferencia eran rechazadas; y hubo incluso  momentos en que algún ayuntamiento se financió a precios por debajo del  euribor ¡qué tiempos!
Entre el año 2.000, posiblemente el punto de partida del crecimiento,  hasta el tercer trimestre de 2010, último para el que se ha publicado  la serie, las corporaciones locales en España, en conjunto, han pasado  de deber 17.600 Millones de € (a mí me gusta expresarlo mejor así: 2,9  billones de pesetas, es decir, 2.928.343.600.000 ptas.) a 33.816  Millones de € (5,6 billones de pesetas, o sea, 5.626.508.976.000 ptas.);  en diez años, el endeudamiento de las administraciones locales con el  sistema financiero nacional ha crecido un 92%, o si se prefiere, se  ha  multiplicado prácticamente por dos (1,92).
Yo no sé decir si esa evolución es exagerada o no, porque desconozco  el funcionamiento interno de la administración local, pero si aplicamos  algunos coeficientes y cálculos semejantes a los de otros campos de la  economía, podemos obtener una foto muy aproximada de la realidad. En  efecto, durante estos años de euforia que todavía recordamos, y  recordaremos con añoranza mucho tiempo, la población española ha crecido  por la llegada de millones de personas procedentes de otros países,  atraídos por las oportunidades de nuestra economía; de hecho, en el  censo del año 2.000 figuraban 40,5 millones de personas, mientras que en  el de 2.010 había 47 millones: un aumento del 16%; posiblemente no  todos los habitantes estén censado, por  diferentes circunstancias, pero  es el dato que tenemos, y con él hay que trabajar. En todo caso, a los  efectos de este “análisis de andar por casa”, si realmente hay más gente  de la censada, serán usuarios de servicios, y por tanto fuente de gasto  para los ayuntamientos,  pero no creo que contribuyan  significativamente a sufragarlos, precisamente por su situación  personal.
Una forma sintética, y grosera,  de entender la evolución de las  finanzas locales durante esta década es referirla al número de  beneficiarios: la deuda bancaria de las administraciones locales por  habitante al comienzo de la euforia era 435 € (72.400 pesetas)  y al  final de la serie 720 € (120.000 pesetas); es decir, la carga ha crecido  un 65 % (o, mejor, se ha multiplicado por 1,6 veces). Digo que este  cálculo es grosero, porque la distribución del endeudamiento no es  uniforme entre todos los ayuntamientos, y algunos concentran un nivel de  deuda elevadísimo en comparación con otros, pero prefiero sacrificar  rigor analítico si a cambio se entiende el fondo de la situación:  quienes tienen que pagar la deuda, todos los contribuyente, deberán  afrontar en  los próximos años la carga financiera creciente de sus  ayuntamientos, por el cambio de ciclo económico, y las necesidades de  amortización de la deuda,  además de mantener los servicios actuales.
Pero esto, con ser importante, no es nada comparado con la presión  que posiblemente sientan los profesionales de la administración local  conforme se aproximan los vencimientos de los 47.000 millones de € de  las operaciones vivas, y no sepan si las entidades financieras las  renovarán: me parece que sentirán un pánico parecido al de los  directores financieros de tantas empresas, pequeñas y medianas, en esta  dura crisis, que no saben cómo harán frente a los compromisos de pago.
No me extraña la preocupación que transmitieron en el debate de los 10 años de esPúblico.
Tomás García Montes 
 
 

